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Domingo 4 diciembre 2022, II Domingo de Adviento, ciclo A.

domingo, 31 de enero de 2016

Benedicto XVI, En la Eucaristía está presente el sacrificio de la cruz (2010).

Textos de Benedicto XVI

En la Eucaristía está presente el sacrificio de la cruz.

Homilía Santa Misa, Catedral de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, City of Westminster, 18 de septiembre de 2010

Me alegra especialmente que nuestro encuentro tenga lugar en esta catedral dedicada a la Preciosísima Sangre, que es el signo de la misericordia redentora de Dios derramada en el mundo por la pasión, muerte y resurrección de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. De manera particular, saludo al Arzobispo de Canterbury, quien nos honra con su presencia.

Quien visita esta Catedral no puede dejar de sorprenderse por el gran crucifijo que domina la nave, que reproduce el cuerpo de Cristo, triturado por el sufrimiento, abrumado por la tristeza, víctima inocente cuya muerte nos ha reconciliado con el Padre y nos ha hecho partícipes en la vida misma de Dios. Los brazos extendidos del Señor parecen abrazar toda esta iglesia, elevando al Padre a todos los fieles que se reúnen en torno al altar del sacrificio eucarístico y que participan de sus frutos. El Señor crucificado está por encima y delante de nosotros como la fuente de nuestra vida y salvación, “sumo sacerdote de los bienes definitivos”, como lo designa el autor de la Carta a los Hebreos en la primera lectura de hoy (Hb 9,11).

A la sombra, por decirlo así, de esta impactante imagen, deseo reflexionar sobre la palabra de Dios que se acaba de proclamar y profundizar en el misterio de la Preciosa Sangre. Porque ese misterio nos lleva a ver la unidad entre el sacrificio de Cristo en la cruz, el sacrificio eucarístico que ha entregado a su Iglesia y su sacerdocio eterno. Él, sentado a la derecha del Padre, intercede incesantemente por nosotros, los miembros de su cuerpo místico.

Comencemos con el sacrificio de la Cruz. La efusión de la sangre de Cristo es la fuente de la vida de la Iglesia. San Juan, como sabemos, ve en el agua y la sangre que manaba del cuerpo de nuestro Señor la fuente de esa vida divina, que otorga el Espíritu Santo y se nos comunica en los sacramentos (Jn 19,34; cf. 1 Jn 1,7; 5,6-7). La Carta a los Hebreos extrae, podríamos decir, las implicaciones litúrgicas de este misterio. Jesús, por su sufrimiento y muerte, con su entrega en virtud del Espíritu eterno, se ha convertido en nuestro sumo sacerdote y “mediador de una alianza nueva” (Hb 9,15). Estas palabras evocan las palabras de nuestro Señor en la Última Cena, cuando instituyó la Eucaristía como el sacramento de su cuerpo, entregado por nosotros, y su sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna, derramada para el perdón de los pecados (cf. Mc 14,24; Mt 26, 28; Lc 22,20).

Fiel al mandato de Cristo de “hacer esto en memoria mía” (Lc 22,19), la Iglesia en todo tiempo y lugar celebra la Eucaristía hasta que el Señor vuelva en la gloria, alegrándose de su presencia sacramental y aprovechando el poder de su sacrificio salvador para la redención del mundo. La realidad del sacrificio eucarístico ha estado siempre en el corazón de la fe católica; cuestionada en el siglo XVI, fue solemnemente reafirmada en el Concilio de Trento en el contexto de nuestra justificación en Cristo. Aquí en Inglaterra, como sabemos, hubo muchos que defendieron incondicionalmente la Misa, a menudo a un precio costoso, incrementando la devoción a la Santísima Eucaristía, que ha sido un sello distintivo del catolicismo en estas tierras.

El sacrificio eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Cristo abraza a su vez el misterio de la pasión de nuestro Señor, que continúa en los miembros de su Cuerpo místico, en la Iglesia en cada época. El gran crucifijo que aquí se yergue sobre nosotros, nos recuerda que Cristo, nuestro sumo y eterno sacerdote, une cada día a los méritos infinitos de su sacrificio nuestros propios sacrificios, sufrimientos, necesidades, esperanzas y aspiraciones. Por Cristo, con Él y en Él, presentamos nuestros cuerpos como sacrificio santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1). En este sentido, nos asociamos a su ofrenda eterna, completando, como dice San Pablo, en nuestra carne lo que falta a los dolores de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24). En la vida de la Iglesia, en sus pruebas y tribulaciones, Cristo continúa, según la expresión genial de Pascal, estando en agonía hasta el fin del mundo (Pensées, 553, ed. Brunschvicg).

Vemos este aspecto del misterio de la Sangre Preciosa de Cristo actualizado de forma elocuente por los mártires de todos los tiempos, que bebieron el cáliz que Cristo mismo bebió, y cuya propia sangre, derramada en unión con su sacrificio, da nueva vida a la Iglesia. También se refleja en nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que aun hoy sufren discriminación y persecución por su fe cristiana. También está presente, con frecuencia de forma oculta, en el sufrimiento de cada cristiano que diariamente une sus sacrificios a los del Señor para la santificación de la Iglesia y la redención del mundo. Pienso ahora de manera especial en todos los que se unen espiritualmente a esta celebración eucarística y, en particular, en los enfermos, los ancianos, los discapacitados y los que sufren mental y espiritualmente.

sábado, 30 de enero de 2016

Celebración de la Confirmación fuera de la Misa.

Ritual de la Confirmación (ed. CEE 2022)

Capítulo II

CELEBRACIÓN DE LA CONFIRMACIÓN FUERA DE LA MISA


RITO DE ENTRADA

45. Una vez reunidos los confirmandos juntamente con sus padres y padrinos y con todo el pueblo, el obispo, con los presbíteros que lo ayudan en la celebración de este sacramento, los diáconos y los demás ministros entran en la iglesia y se dirigen al presbiterio.

Mientras tanto, los fieles, si parece oportuno, pueden cantar algún salmo o canto apropiado.

Saludo

Una vez llegado ante el altar, el obispo lo venera según las rúbricas y se dirige a la sede.

El obispo:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
R. Amén.

El obispo:
La paz esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

Oración

El Obispo:
Oremos.

Y todos oran en silencio durante unos momentos.

Después, con las manos extendidas, el obispo dice:

Dios todopoderoso y rico en misericordia, te pedimos que el Espíritu Santo, con su venida, se digne habitar en nosotros y nos convierta en templos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:
Oremos.
Te pedimos, Señor, que cumplas con bondad tu promesa en nosotros, para que al venir el Espíritu Santo nos haga ante el mundo testigos del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:
Oremos.
Dígnate, Señor, enviarnos tu Santo Espíritu para que, caminando en la unidad de la fe y fortalecidos con su amor, lleguemos a la plenitud en Cristo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:
Oremos.
El Espíritu Santo que viene de ti, ilumine nuestras almas, Señor, y,  según la promesa de tu Hijo, nos dé a conocer toda la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.


LITURGIA DE LA PALABRA

46. Luego se hace la celebración de la Palabra de Dios, proclamando, por lo menos, una de las lecturas que se indican en el leccionario propio para las misas de confirmación (vol. V) y en el cap. V, núms. 73-77.

Si se proclaman dos o tres lecturas, sígase el orden habitual, es decir, proclámese primero el Antiguo Testamento, luego las lecturas apostólicas y finalmente el Evangelio. Terminada la primera y segunda
lectura, debe cantarse un salmo u otro canto apropiado, a menos que se prefiera dejar un rato de silencio.

Presentación de los confirmandos

47. Después del Evangelio el obispo y los concelebrantes se sientan. 

Entonces el párroco u otro presbítero o diácono, o bien el catequista que preparó a los confirmandos, presenta al obispo a los que han de ser confirmados, según las costumbres del lugar.

Si es posible, cada uno de los confirmandos es llamado por su nombre y sube al presbiterio; si los confirmandos son niños, les acompaña uno de los padrinos o uno de los padres y se quedan de pie ante el celebrante.

Si los confirmandos son muchos no es necesario llamar a cada uno de ellos por su nombre, sino que es suficiente que se coloquen en un lugar oportuno ante el Obispo.

Quien les presenta puede decir estas o semejantes palabras:

Reverendísimo Padre:
Estos niños (jóvenes) fueron bautizados un día, con la promesa de que serían educados en la fe, y de que un día recibirían por la confirmación la plenitud del Espíritu Santo.

Como responsable de la acción catequética, tengo la satisfacción de manifestar, ante la comunidad reunida, que han recibido la catequesis adecuada a su edad.

Homilía

48. Luego el Obispo hace una breve homilía, explicando las lecturas proclamadas a fin de preparar a los confirmandos, a sus padres y padrinos y a toda la asamblea de los fieles a una inteligencia más profunda del significado del sacramento de la confirmación.

Esta homilía la puede hacer con las siguientes o semejantes palabras:

Queridos hijos:

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que los Apóstoles, según la promesa del Señor, recibieron en el día de Pentecostés el Espíritu Santo, y que tenían la misión de llevar a plenitud la consagración bautismal por medio del don del Espíritu. Así lo hizo san Pablo al imponer las manos sobre los que habían sido bautizados, y sobre ellos vino entonces el Espíritu Santo y empezaron a hablar lenguas y profetizar.

Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, hemos recibido también esta misión y así, ahora [personalmente y con la ayuda de los presbíterosvamos a comunicar el Espíritu Santo a los que en el Bautismo han renacido como hijos de Dios.

En nuestros días la venida del Espíritu Santo no se manifiesta por el don de lenguas, pero la fe nos dice que este mismo Espíritu de amor se derrama también sobre nosotros y en nosotros actúa invisiblemente. Él nos lleva, a través de carismas y vocaciones diversas, a la confesión de una misma fe y hace progresar a todo el cuerpo de la Iglesia en la unidad y santidad.

El don del Espíritu Santo que ahora, queridos hijos, vais a recibir, os marcará con un sello espiritual y os hará miembros más perfectos de la Iglesia, configurándoos más plenamente con Cristo, que fue ungido también en su bautismo por el Espíritu Santo, y enviado para que el mundo entero ardiera con el fuego del Espíritu.

Vosotros, que ya fuisteis bautizados en el Espíritu, vais a recibir ahora toda la fuerza del Espíritu Santo y seréis marcados en vuestras frentes con la gloriosa cruz de Cristo. Con ello se os quiere dar a entender que desde ahora tendréis la misión de ser ante el mundo, a través de vuestra vida, testigos de la muerte y resurrección de Cristo. Esto lo debéis realizar de tal forma que, como dice el apóstol, vuestro vivir cotidiano sea ante los hombres como el buen olor de Cristo. De él recibe constantemente la Iglesia aquella diversidad de dones que el Espíritu Santo distribuye entre los miembros del pueblo de Dios, para que el Cuerpo de Cristo vaya creciendo en la unidad y el amor.

Procurad, pues, hijos queridos, ser siempre miembros vivos de la Iglesia y, llevados por el impulso del Espíritu Santo, esforzaos en ser los servidores de todos los hombres, a semejanza de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir.

Fórmula conclusiva de la homilía

49. El obispo, leída la exhortación precedente o pronunciada una homilía propia, concluye con estas palabras u otras parecidas:

Y ahora, antes de recibir el don del Espíritu Santo, conviene que renovéis ante mí, pastor de la Iglesia, y ante los fieles aquí reunidos, testigos de vuestro compromiso, la fe que vuestros padres y padrinos, en unión de toda la Iglesia, profesaron el día de vuestro bautismo.

Renovación de las promesas del Bautismo

50. Los confirmandos se ponen de pie, y el obispo les pregunta:

I

¿Renunciáis a Satanás y a todas sus obras y seducciones?
Los confirmandos:
Sí, renuncio. *

II

El obispo:
¿Renunciáis a Satanás?
Los confirmandos:
Sí, renuncio.

El obispo:
¿Y a todas sus obras?
Los confirmandos:
Sí, renuncio.

El obispo:
¿Y a todas sus seducciones?
Los confirmandos:
Sí, renuncio. *

* Prosigue el obispo:
¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?
Los confirmandos:
Sí, creo.

El Obispo:
¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos, y está sentado a la derecha del Padre?
Los confirmandos:
Sí, creo.

El obispo:
¿Creéis en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que hoy os será comunicado de un modo singular por el sacramento de la confirmación, como fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés?
Los confirmandos:
Sí, creo.

El obispo:
¿Creéis en la santa iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna?
Los confirmandos:
Sí, creo.

El obispo asiente a la profesión de fe diciendo:
Ésta es nuestra fe.
Ésta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Y los fieles, a su vez, asienten también diciendo:
Amén.

En lugar de la fórmula Esta es nuestra fe, se puede cantar un canto con el que los fieles proclamen su fe.

Otro formulario para la renovación, ver n. 78.


CELEBRACIÓN DE LA CONFIRMACIÓN

Imposición de manos

51. El diácono o un ministro puede decir una monición con estas palabras u otras semejantes:

El día de Pentecostés, los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo que Cristo les había prometido. Ahora el obispo, repitiendo el gesto que usaban los Apóstoles para transmitir este don, va a imponer sus manos sobre los confirmandos, pidiendo que el Espíritu los llene de sus dones. Oremos en silencio al Señor.

52. El obispo de pie, teniendo a ambos lados a los presbíteros que junto con él administrarán la confirmación, con las manos juntas y de cara al pueblo, dice:

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, y pidámosle que derrame el Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción que renacieron ya a la vida eterna en el bautismo, para que los fortalezca con la abundancia de sus dones, los consagre con su unción espiritual y haga de ellos imagen perfecta de Jesucristo.

Todos oran en silencio unos instantes.

Después el Obispo (y los presbíteros que junto con él administrarán la confirmación) impone (imponen) las manos sobre todos los confirmandos.

53. Mientras tanto el Obispo dice:

Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo,
a estos siervos tuyos
y los libraste del pecado;
escucha nuestra oración y envía sobre ellos
el Espíritu Santo Paráclito;
llénalos de espíritu de sabiduría
y de inteligencia,
de espíritu de consejo y de fortaleza,
de espíritu de ciencia y de piedad,
y cólmalos del espíritu de tu santo temor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Crismación

54. El diácono o un ministro puede decir una monición con estas palabras u otras semejantes:

Hemos llegado al momento culminante de la celebración. El Obispo les impondrá la mano y los marcará con la cruz gloriosa de Cristo para significar que son propiedad del Señor. Los ungirá con óleo perfumado. Ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser mesías, ser ungido. Y ser mesías y Cristo comporta la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser, por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo.

55. Seguidamente el diácono presenta el santo crisma al obispo.

Se acercan al obispo los confirmandos, o bien el propio obispo va pasando ante cada uno de ellos. El que presenta al confirmando coloca su mano derecha sobre el hombro de éste y dice al obispo el nombre del presentado, a no ser que el mismo confirmando diga su nombre.

El obispo moja el dedo pulgar de su mano derecha en el santo crisma y hace con él la señal de la cruz sobre la frente del confirmando diciendo:

N., RECIBE POR ESTA SEÑAL EL DON DEL ESPÍRITU SANTO.

Y el confirmando responde:

Amén.

El obispo añade:
La paz sea contigo.

El confirmando responde:
Y con tu espíritu.

Si ayudan algunos presbíteros a administrar el sacramento de la confirmación, los diáconos o los ministros dan al obispo todos los vasos del santo crisma a fin de que el obispo entregue personalmente el crisma a cada uno de los presbíteros; así aparece visiblemente que los presbíteros actúan en nombre del obispo.

Los confirmandos se acercan al obispo o a los presbíteros, o bien si se prefiere el obispo y los presbíteros van pasando ante cada uno de los confirmandos, los cuales son ungidos del modo que se ha indicado más arriba. Terminada la unción el obispo se lava las manos.

Mientras dura la unción de los confirmandos puede cantarse algún canto apropiado.

Oración universal

56. Terminada la unción de todos los confirmandos, se hace la Oración universal, con el siguiente formulario u otro parecido y debidamente aprobado.

El obispo:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y, ya que es una misma la fe, la esperanza y el amor que el Espíritu Santo ha infundido en todos nosotros, que nuestra oración sea también unánime ante la presencia de nuestro Padre común.

El diácono, o bien un ministro (o uno de los confirmandos) añade las siguientes peticiones.

Si hace las invocaciones el diácono o un ministro:

Por estos hijos suyos, a quienes el don del Espíritu Santo ha confirmado hoy como miembros más perfectos del pueblo de Dios, para que, arraigados en la fe y cimentados en el amor, den siempre con su vida testimonio de Cristo, roguemos al señor.
R. Te rogamos, óyenos.

Por sus padres y padrinos, para que con su palabra y ejemplo ayuden a seguir fielmente a Cristo a estos confirmados, de cuya fe se han hecho responsables, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.

[ 58. Si las peticiones las hace uno de los confirmandos, las dos invocaciones precedentes se sustituyen por las siguientes:

Por nosotros, los que acabamos de ser confirmados, para que el don del Espíritu Santo que nos ha hecho miembros más perfectos del pueblo de Dios nos arraigue en la fe y nos haga crecer en el amor, y así demos con nuestra vida testimonio de Jesucristo, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.

- Por nuestros padres y padrinos, para que con su palabra y ejemplo nos ayuden a seguir a Cristo y a ser fieles a la fe, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos. ]

58. Tanto si hace las invocaciones uno de los confirmandos como si las hace el diácono o un ministro, se continúa:

Por la santa Iglesia de Dios, para que, congregada por el Espíritu Santo en la confesión de una misma fe, crezca en el amor y se dilate por el mundo entero hasta el día de la venida de Cristo, bajo la guía del papa N., de nuestro obispo N.[que preside esta celebración] y de todos los obispos de la Iglesia, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.

- Por los hombres de todos los pueblos y de todas las razas, hijos de un único Padre y Creador, para que se reconozcan mutuamente hermanos y trabajen por la llegada del reino de Dios, que es paz
y gozo en el Espíritu Santo, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.

El obispo:
Señor, Dios nuestro,
que diste a los apóstoles el Espíritu Santo,
y quisiste que por ellos y sus sucesores
fuera transmitido a todos los fieles,
atiende nuestras súplicas y concédenos
que lo que tu amor realizó
en los comienzos de la Iglesia
se realice también hoy
en el corazón de los creyentes.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Oración dominical

59. El obispo, con las manos juntas, introduce la oración dominical con estas o parecidas palabras:

Ahora, hermanos, concluyamos nuestra oración y uniéndola a la plegaria que nos enseñó el Señor, digamos todos juntos:

Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa diciendo la oración del Padrenuestro.


RITO DE CONCLUSIÓN

Bendición solemne

60. Al final de la celebración, en lugar de la bendición habitual, se bendice al pueblo con la siguiente fórmula o bien con la oración sobre el pueblo que se indica a continuación.

El obispo:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

El diácono o uno de los ministros puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas:

Inclinaos para recibir la bendición.

Luego, el obispo, con las manos extendidas sobre los recién confirmados, dice:
Dios, Padre todopoderoso,
que os adoptó como hijos suyos
y os hizo renacer del agua y del Espíritu Santo,
os bendiga y os haga siempre dignos de su amor paterno.
R. Amén.

El Hijo unigénito de Dios,
que prometió que la permanencia
del Espíritu de la verdad en la Iglesia,
os bendiga y os confirme con su poder
en la confesión de la fe verdadera.
R. Amén.

El Espíritu Santo, que encendió el fuego del amor
en el corazón de los discípulos,
os bendiga y, congregándoos en la unidad,
os conduzca sin tropiezo al gozo del reino eterno.
R. Amén.

Y bendice a todo el pueblo, añadiendo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso,
Padre +, Hijo + y Espíritu + Santo.
R. Amén.

Y se despide al pueblo de la forma acostumbrada.

Oración sobre el pueblo

61. En lugar de la bendición anterior puede usarse, si se prefiere, la siguiente Oración sobre el pueblo.

El obispo:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.

El diácono o uno de los ministros puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas:

Inclinaos para recibir la bendición.

Luego, el obispo, con las manos extendidas sobre los recién confirmados y el pueblo, dice:
Confirma, oh Dios, lo que has realizado en nosotros
y conserva los dones del Espíritu Santo
en el corazón de tus fieles,
para que nunca se avergüencen
de dar testimonio de Cristo crucificado ante el mundo,
y cumplan, con amor ferviente, sus mandatos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

Y, a continuación, añade:
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre +, Hijo + y Espíritu + Santo,
descienda sobre vosotros.
R. Amén.

Y se despide al pueblo de la forma acostumbrada.

viernes, 29 de enero de 2016

Misa ritual en la administración de la Confirmación (formularios A, B, otras oraciones, prefacios).

Ritual de la confirmación (ed. CEE 2022)

Capítulo V

TEXTOS PARA SER UTILIZADOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA CONFIRMACIÓN

I. MISA EN LA CELEBRACIÓN DE LA CONFIRMACIÓN
(Cfr. también Misal Romano, 3ª ed.) 

66. Esta misa se dice, con vestiduras de color rojo o blanco o festivo.

Los textos de los formularios de la misa propia de la confirmación pueden emplearse siempre, a no ser que la confirmación se celebre en un domingo de Adviento, Cuaresma o Pascua, o bien en una solemnidad, en el Miércoles de Ceniza o en uno de los días de la Semana Santa.

67. A

Antífona de entrada Cf. Ez 36, 25-26
Dice el Señor: «Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo» [T. P. Aleluya].
Dicit Dóminus: Effúndam super vos aquam mundam, et dabo vobis cor novum, et spíritum novum ponam in médio vestri (T. P. allelúia).

Se dice Gloria.

Oración colecta
Dios todopoderoso y rico en misericordia, te pedimos que el Espíritu Santo, con su venida, se digne habitar en nosotros y nos convierta en templos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.
Praesta, quaesumus, omnípotens et miséricors Deus, ut Spíritus Sanctus advéniens templum nos glóriae suae dignánter inhabitándo perfíciat. Per Dóminum.
O bien:
Te pedimos, Señor, que cumplas con bondad tu promesa en nosotros, para que al venir el Espíritu Santo nos haga ante el mundo testigos del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Él, que vive y reina contigo.
Promissiónem tuam, quaesumus, Dómine, super nos propitiátus adímple, ut Spíritus Sanctus advéniens nos coram mundo testes effíciat Evangélii Dómini nostri Iesu Christi. Qui tecum.

Oración sobre las ofrendas
Recibe misericordioso, Señor, las ofrendas de tus siervos, y concédeles que, configurados más perfectamente con tu Hijo, crezcan incesantemente en su testimonio por la participación en el memorial de su redención, de la que nos hizo dignos por tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Famulórum tuórum, quaesumus, Dómine, súscipe vota cleménter, et praesta, ut, Fílio tuo perféctius configuráti, in testimónium eius indesinénter accréscant, memoriále participántes redemptiónis eius, qua Spíritum tuum nobis ipse proméruit. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.

Prefacio de la confirmación (n. 70) o prefacio I o II del Espíritu Santo (nn. 71 y 72)..

En las plegarias eucarísticas se hace mención de los confirmados.

I. Cuando se utiliza el Canon romano se dice Acepta, Señor, en tu bondad propio, del que pueden omitirse las palabras entre corchetes, si se juzga oportuno:

Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, que hoy te ofrecemos por N. y N. (aquellos) que, renacidos del bautismo, te has dignado confirmar por el don del Espíritu Santo; recíbela en tu bondad y conserva en ellos su gracia.
Junta las manos.
[Por Cristo, nuestro Señor. Amén.]
 
II. Cuando se utiliza la plegaria eucarística II, se añade la intercesión Acuérdate también, Señor, de tus siervos.

....llévala a su perfección por la caridad.
Acuérdate, Señor, de tus siervos [N. y N.] a los que hoy te has dignado confirmar con el don del Espíritu Santo y consérvalos en tu gracia.
Acuérdate también de nuestros hermanos...

III. Cuando se utiliza la plegaria eucarística III, se añade la intercesión Acuérdate también, Señor, de estos siervos tuyos.

...y a todo tu pueblo santo redimido por ti.
Acuérdate también, Señor, de estos siervos tuyos [N. y N.] que, regenerados en el bautismo, te has dignado confirmar con el don del Espíritu Santo y, con bondad, consérvalos en tu gracia.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia...

Antífona de la comunión Cf. Heb 6, 4
Alegraos todos en el Señor, los que habéis sido iluminados: habéis gustado el don celestial y habéis hecho partícipes del Espíritu Santo [T. P. Aleluya].
Quicúmque illumináti estis, qui gustavístis donum caeléste, et partícipes facti estis Spíritus Sancti, gaudéte omnes in Dómino (T. P. allelúia).

Oración después de la comunión
Te pedimos, Señor, que continúes bendiciendo a quienes has ungido con el don del Espíritu Santo y has alimentado con el sacramento de tu Hijo; haz que, superando todas las adversidades, alegren con su santidad a la Iglesia y, por medio de sus obras y de su amor, la hagan crecer en el mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Spíritu Sancto, Dómine, perúnctos tuíque Fílii sacraménto nutrítos tua in pósterum benedictióne proséquere, ut, ómnibus adversitátibus superátis, Ecclésiam tuam sanctitáte laetíficent, eiúsque in mundo increménta suis opéribus et caritáte promóveant. Per Christum.

Bendición solemne al final de la misa
El obispo, con las manos extendidas sobre los recién confirmados, dice:
Dios Padre todopoderoso, que os adoptó como hijos suyos y os hizo renacer del agua y del Espíritu Santo, os bendiga y os haga siempre dignos de su amor paterno.
Benedícat vos Deus Pater omnípotens, qui vos, ex aqua et Spíritu Sancto renátos, fílios suae adoptiónis effécit, et dignos sua patérna dilectióne custódiat.
R. Amén.
El Hijo unigénito de Dios, que prometió la permanencia del Espíritu de la verdad en la Iglesia, os bendiga y os confirme con su poder en la confesión de la fe verdadera.
Benedícat vos Fílius eius Unigénitus, qui Spíritum veritátis in Ecclésiam mansúrum esse promísit, et vos in confessióne verae fídei sua virtúte confírmet.
R. Amén
El Espíritu Santo, que encendió el fuego del amor en el corazón de los discípulos, os bendiga y, congregándoos en la unidad, os conduzca sin tropiezo al gozo del reino eterno.
Benedícat vos Spíritus Sanctus, qui ignem caritátis in córdibus discipulórum accéndit, et vos, in unum congregátos, ad gáudium regni Dei sine offensióne perdúcat.
R. Amén
Y bendice a todo el pueblo, añadiendo:
Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os bendiga Dios todopoderoso, Padre +, Hijo +, y Espíritu + Santo.
Et vos omnes, qui hic simul adéstis, benedícat omnípotens Deus, Pater, + et Fílius, + et Spíritus + Sanctus.
R. Amén.

Oración sobre el pueblo
El obispo, con las manos extendidas sobre los recién confirmados y el pueblo, dice:
Confirma, oh, Dios, lo que has realizado en nosotros y conserva los dones del Espíritu Santo en el corazón de tus fieles, para que nunca se avergüencen de dar testimonio de Cristo crucificado ante el mundo y cumplan, con amor ferviente, sus mandatos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Confírma hoc, Deus, quod operátus es in nobis, et Spíritus Sancti dona in córdibus tuórum custódi fidélium, ut et Christum crucifíxum coram mundo confitéri non erubéscant, et mandáta eius devóta caritáte perfíciant. Qui vivit et regnat in saecula saeculórum.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre +, Hijo +, y Espíritu + Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
Et benedíctio Dei omnipoténtis, Patris, + et Fílii, + et Spíritus + Sancti. descéndat super vos et máneat semper.
R. Amén.


68. B

Otras oraciones, para utilizar, según convenga en el n. 69.

Antífona de entrada Cf. Rom 5, 5; 8, 11
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros [T. P. Aleluya].
Cáritas Dei diffúsa est in córdibus nostris per inhabitántem Spíritum eius in nobis (T. P. allelúia).

Se dice Gloria.

Oración colecta
Dígnate, Señor, enviarnos tu Santo Espíritu para que, caminando en la unidad de la fe y fortalecidos con su amor, lleguemos a la medida de la plenitud en Cristo. Él, que vive y reina contigo.
Spíritum Sanctum tuum, quaesumus, Dómine, super nos dignánter effúnde, ut omnes, in unitáte fídei ambulántes, et caritátis eius fortitúdine roboráti, ad mensúram aetátis plenitúdinis Christi occurrámus. Qui tecum.

Oración sobre las ofrendas
Señor, acoge benigno, a estos siervos tuyos juntamente con tu Unigénito, para que, los sellados con la cruz y la unción espiritual, con él se ofrezcan a tu continuamente y merezcan la efusión cada vez más abundante de tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Hos fámulos tuos, Dómine, una cum Unigénito tuo benígnus admítte, ut, qui eius cruce spiritalíque sunt unctióne signáti, se tibi cum ipso iúgiter offeréntes, largiórem in dies effusiónem tui Spíritus mereántur. Per Christum.

Prefacio de la confirmación (n. 70) o prefacio I o II del Espíritu Santo (nn. 71 y 72).

En las plegarias eucarísticas se hace mención de los confirmados. Todo como se indica en el formulario A.

Antífona de la comunión Cf. Sal 33, 6. 9
Contemplad al Señor y quedaréis radiantes; gustad y ved qué bueno es el Señor [T. P. Aleluya].
Accédite ad Dóminum et illuminámini: gustáte et vidéte quóniam suávis est (T. P. allelúia).

Oración después de la comunión
A los que has enriquecido, Señor, con los dones de tu Espíritu y los has hecho crecer con el alimento de tu Unigénito, haz también que, instruidos en la plenitud de tu ley, manifiesten continuamente ante el mundo la libertad de tus hijos y cumplan, por su santidad, la misión profética de tu pueblo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Quos tui Spíritus, Dómine, cumulásti munéribus, tuíque auxísti Unigéniti nutriménto, fac étiam in plenitúdine legis instrúctos, ut coram mundo tuae libertátem adoptiónis iúgiter maniféstent, et prophéticum tui pópuli munus sua váleant sanctitáte praebére. Per Christum.

La bendición solemne o la oración sobre el pueblo como en el formulario A.


II. OTRAS ORACIONES PARA UTILIZAR SEGÚN CONVENGA

69.

Oración colecta
El Espíritu Santo que viene de ti ilumine nuestras almas, Señor, y, según la promesa de tu Hijo, nos dé a conocer toda la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.
Mentes nostras, quaesumus, Dómine, Paráclitus qui a te procédit illúminet, et indúcat in omnem, sicut tuus promísit Fílius, veritátem. Qui tecum.

Oración sobre las ofrendas
Recibe, Señor, la ofrenda de tu familia, para que, quienes han recibido el don del Espíritu Santo, lo conserven y lleguen a los premios eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Súscipe, quaesumus, Dómine, oblatiónem famíliae tuae, ut, qui donum Spíritus Sancti suscepérunt, et colláta custódiant, et ad aetérna praemia pervéniant. Per Christum.

Oración después de la comunión
Derrama, Señor, en nosotros tu Espíritu de caridad, para que hagas vivir concordes en el amor a quienes has saciado con el mismo pan del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Spíritum nobis, Dómine, tuae caritátis infúnde, ut, quos uno pane caelésti satiásti, una fácias pietáte concórdes. Per Christum.


III. PREFACIOS

70. Prefacio de la confirmación
MARCADOS CON EL SELLO DEL ESPÍRITU
V. El Señor esté con vosotros.
V. Levantemos el corazón.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
En verdad es justo darte gracias, es bueno cantar tu gloria, Padre santo, fuente y origen de todo bien.
Tú, en el Bautismo, das nueva vida a los creyentes y los haces partícipes del Misterio pascual de tu Hijo. Tú los confirmas con el sello de tu Espíritu,
mediante la imposición de manos y la unción real del crisma.
Así, renovados a imagen de Cristo, el ungido por el Espíritu Santo y enviado para anunciar la buena nueva de la salvación, los haces tus comensales en el banquete eucarístico y testigos de la fe en la Iglesia y en el mundo.
Por eso, nosotros, reunidos en esta asamblea festiva para celebrar los prodigios de un renovado Pentecostés, y unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth. Pleni sunt caeli et terra glória tua. Hosánna in excélsis. Benedíctus qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis.

71. Prefacio I del Espíritu Santo
EL SEÑOR ENVÍA EL ESPÍRITU A LA IGLESIA
V. El Señor esté con vosotros.
V. Levantemos el corazón.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque él, después de subir al cielo, donde está sentado a tu derecha, ha derramado sobre tus hijos de adopción el Espíritu Santo que había prometido.
Por eso, Señor, con toda la multitud de los ángeles te aclamamos ahora y por siempre diciendo con humilde fe:

Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum nostrum.
Qui, ascéndens super omnes caelos sedénsque ad déxteram tuam, promíssum Spíritum Sanctum in fílios adoptiónis effúdit.
Quaprópter nunc et usque in saeculum, cum omni milítia Angelórum, devóta tibi mente concínimus, clamántes atque dicéntes:

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth. Pleni sunt caeli et terra glória tua. Hosánna in excélsis. Benedíctus qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis.

72. Prefacio II del Espíritu Santo
LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA
V. El Señor esté con vosotros.
V. Levantemos el corazón.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque nos concedes en cada momento lo que más conviene y diriges sabiamente la nave de tu Iglesia, asistiéndola siempre con la fuerza del Espíritu Santo, para que, a impulso de su amor confiado, no abandone la plegaria en la tribulación, ni la acción de gracias en el gozo, por Cristo, Señor nuestro.
A quien alaban los cielos y la tierra, los ángeles y los arcángeles, proclamando sin cesar:
Vere dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus:
Qui síngulis quibúsque tempóribus aptánda dispénsas, mirísque modis Ecclésiae tuae gubernácula moderáris. Virtúte enim Spíritus Sancti ita eam adiuváre non désinis, ut súbdito tibi semper afféctu nec in tribulatióne supplicáre defíciat, nec inter gáudia grátias reférre desístat, per Christum Dóminum nostrum.
Et ídeo, choris angélicis sociáti, te laudámus in gáudio confiténtes:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth. Pleni sunt caeli et terra glória tua. Hosánna in excélsis. Benedíctus qui venit in nómine Dómini. Hosánna in excélsis.

jueves, 28 de enero de 2016

San Pablo VI, Const. Apostólica "Sacram Unctionem", sobre el sacramento de la Unción de enfermos (7-diciembre-1972).

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA SACRAM UNCTIONEM
DE SU SANTIDAD PABLO VI
SOBRE EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS


POR LA QUE SE APRUEBA EL ORDO UNCTIONIS INFIRMORUM
PROMULGADO EL 7 DE DICIEMBRE DE 1972

PABLO OBISPO
Siervo de los siervos de Dios
en memoria perpetua de este acto

La sagrada unción de los enfermos, tal como lo reconoce y enseña la Iglesia católica, es uno de los siete sacramentos del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo, nuestro Señor, «esbozado ya en el evangelio de Marcos (Mc, 6,3), recomendado a los fieles y promulgado por el Apóstol Santiago, hermano del Señor. "¿Estás enfermo —dice— alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará la enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará" (St 5,14-15)»[1].

Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran, desde tiempos antiguos en la Tradición de la Iglesia, especialmente en la litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente. En este sentido se pueden recordar de manera particular a carta de nuestro predecesor Inocencio I a Decencio, Obispo de Gubbio [2], y el texto de la venerable oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: «Derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor», que fue introducido en la plegaria eucarística [3] y se conserva aún en el Pontifical romano [4].

A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición litúrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el santo óleo, y se fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las unciones con la oración, tal como se encuentran en los libros rituales de las diversas Iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Romana prevaleció desde el Medioevo la costumbre de ungir a los enfermos en los órganos de los sentidos, usando la fórmula: «Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te perdone el Señor todos los pecados que has cometido», adaptada a cada uno de los sentidos [5].

La doctrina acerca de la santa unción se expone también en los documentos de los Concilios ecuménicos, a saber, el Concilio de Florencia y sobre todo el de Trento y el Vaticano II.

El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la unción de los enfermos, [6]. el Concilio de Trento declaró su institución divina y examinó a fondo todo lo que se dice en la carta de Santiago acerca de la santa unción, especialmente lo que se refiere a la realidad ya los efectos del sacramento: «Tal realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado; alivia y conforta el alma del enfermo suscitando en el gran confianza en la divina misericordia, con lo cual el enfermo, confortado de este modo, sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente las tentaciones del demonio que "lo hiere en el talón" (Gen 3,15) y consigue a veces la salud del cuerpo si fuera conveniente a la salud de su alma» [7]. El mismo Santo Sínodo proclamó, además, que con las palabras del Apóstol se indica con bastante claridad «que está unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribundos»[8]. Finalmente, por lo que se refiere a ministro propio, declaró que éste es el presbítero [9].

Por su parte el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: «La "extrema unción", que también, y mejor, puede llamarse "unción de enfermos" no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez» [10]. Además, que el uso de este sacramento sea motivo de solicitud para toda la Iglesia, lo demuestran estas palabras «La Iglesia entera encomienda al Señor paciente y glorificado a los que sufren con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salve (cf St 5,14-16), más aún, los exhorta a que, uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo (cf Rom8.17; Col 7.24; 2Tim 2,11-12; 1P 4,13), contribuyan al bien del pueblo de Dios» [11].

Todos estos elementos debían tenerse muy en cuenta al revisar el rito de la santa unción, con el fin de que lo susceptible de ser cambiado se adapte mejor a las condiciones de los tiempos actuales [12].

Hemos pensado, pues, cambiar la fórmula sacramental de manera que, haciendo referencia a las palabras de Santiago, se expresen más claramente sus efectos sacramentales.

Como, por otra parte, el aceite de oliva, prescrito hasta el presente para la validez del sacramento, falta totalmente en algunas regiones o es difícil conseguir, hemos establecido, a petición de numerosos Obispos, que, en adelante, pueda ser utilizado también, según las circunstancias, otro tipo de aceite, con tal de que sea obtenido de plantas, por parecerse más al aceite de oliva.

En cuanto al número de unciones y a los miembros que deben ser ungidos, hemos creído oportuno proceder a una simplificación del rito.

Por lo cual, dado que esta revisión atañe en ciertos aspectos al mismo rito sacramental, establecemos con nuestra Autoridad apostólica que en adelante se observe en el rito latino cuanto sigue:

EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS SE ADMINISTRA A LOS GRAVEMENTE ENFERMOS UNGIÉNDOLOS EN LA FRENTE Y EN LAS MANOS CON ACEITE DE OLIVA DEBIDAMENTE BENDECIDO O SEGÚN LAS CIRCUNSTANCIAS CON OTRO ACEITE DE PLANTAS, Y PRONUNCIANDO UNA SOLA VEZ ESTAS PALABRAS: «PER ISTAM SANCTAM UNCTIONEM ET SUAM PIISIMAM MISERICORDIAM ADIUVET TE DOMINUS GRATIA SPIRITUS SANCTI, UT A PECCATIS LIERATUM TE SALVET ATQUE PROPITIUS ALLEVET». (POR ESTA SANTA UNCIÓN Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA, TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, PARA QUE LIBRE DE TUS PECADOS, TE CONCEDA LA SALVACIÓN Y TE CONFORTE EN TU ENFERMEDAD.)

Sin embargo, en caso de necesidad, es suficiente hacer una sola unción en la frente o, por razón de las particulares condiciones del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo, pronunciando íntegramente la fórmula.

Este sacramento puede ser repetido, si el enfermo, tras haber recibido la unción, se ha restablecido y después ha recaído de nuevo en la enfermedad, o también si durante la misma enfermedad el peligro se hace más serio.

Establecidos y declarados estos elementos sobre el rito esencial del sacramento de la unción de los enfermos, aprobamos también con nuestra Autoridad apostólica el Ritual de la unción de los enfermos y de su pastoral, tal como la sido revisado por la Sagrada Congregación para el Culto divino derogando o abrogando al mismo tiempo, si es necesario, las prescripciones del Código de Derecho Canónico o las otras leyes hasta ahora en vigor; siguen, en cambio teniendo validez las prescripciones y las leyes que no son abrogadas o cambiadas por el mismo Ritual. La edición latina del Ritual, que contiene el nuevo rito, entrará en vigor apenas sea publicada; por su parte, las ediciones en lengua vernácula, preparadas por las Conferencias Episcopales y aprobadas por la Sede Apostólica, entrarán en vigor al día señalado por cada una de las Conferencias; el Ritual antiguo podrá ser utilizado hasta el 31 de diciembre de 1973. Sin embargo, a partir del 1 de enero de 1974, todos los interesados deberán usar solamente el nuevo Ritual.

Determinamos que todo cuanto hemos decidido y prescrito tenga plena eficacia en el rito latino, ahora y para el futuro, no obstando a esto —en cuanto sea necesario— ni las Constituciones ni las Disposiciones apostólicas emanadas por nuestros predecesores ni las demás prescripciones, aun las dignas de especial mención.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 30 de noviembre de 1972, año décimo de nuestro pontificado.

PABLO PP. VI

Notas

[1] Concilio Tridentino, Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 1 (cf. ibíd; can. 1): Concilium Tridentinum, Diarorum, Actorum, Epistolarum, Tractatuum nova collectio, edic. Soc. Goerresianae, t. VII, 1, pp. 355- 356, DS 1695 y 1716.
[2] Cf. Carta Si instituta Ecclesiastica, cap. 8: PL 20, 559- 561 DS 216
[3] Liber Sacramentorum Romanae Aeclesiae Ordinis Anni Circuli, edic. L. C. Mohlberg (Rerum Ecclesiasticarurn Documenta,Fontes IV), Roma 1960, p. 61; Le Sacramentaire Grégorien, edic. J. Deshusses (Spicilegium Friburgense), Friburgo 1971, p. 172; cf.La Tradition apostolique de saint Hippolyte, edic. B. Botte (Liturgiewissenschaftliche Quellen und Forschungen, 39), Münster de Westfalia 1963, pp. 18-19; Le Grand Euchologe du Monastère Blanc, edic. E. Lanne (Patrología Orientalis XXVIII, 2), París 1958, pp. 393- 395.
[4] Cf. Pontificale Romanum: Ordo benedicendi Oleum Catechumenorum et Infirmorum et conficiendi Chrisma, Ciudad del Vaticano 1971, pp., 11-12.
[5] Cf., M. Andrieu, Le Pontifical Romain au Moyen-Âge, t. I, Le Pontifical Romain du XIIe siècle (Studi e Testi, 86), Ciudad del Vaticano 1938, pp. 267-268; t. II, Le Pontifical de Curie Romaine au XIIIe siécle (Studi e Testi, 87), Ciudad del Vaticano 1940, pp. 491-492.
[6] Cf. Decretum pro Armeniis: G. Hofmann, Concilium Florentinum, I-II, p. 130, DS 1324s
[7] Concilio Tridentino, Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 2: Concilium Tridentinum, edic. cit., t. VII, 1, p. 356, DS 1696
[8] Ibíd., cap. 3: Concilium Tridentinum, edic, cit., t. VII, 1, p. 356, DS 1698.
[9] Ibíd., cap. 3, can. 4: Concilium Tridentinum, edic. cit., t. VII, 1, p, 356, DS 1697 y 1719.
[10] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 73. AAS 56 (1964), pp.118-119.
[11] Concilio Vaticano II Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. Iglesia, núm. 11.
[12] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 1.

miércoles, 27 de enero de 2016

Ritual de la Unción y de la pastoral de los enfermos, "Praenotanda" (7-diciembre-1972).

Unción de enfermos

Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos, 7 de diciembre de 1972

"PRAENOTANDA" DE LA EDICIÓN TÍPICA DEL RITUAL ROMANO


I. LA ENFERMEDAD HUMANA Y SU SIGNIFICACIÓN EN EL MISTERIO DE SALVACIÓN


1. Las enfermedades y los dolores han sido siempre considerados como una de las mayores dificultades que angustian la conciencia de los hombres. Sin embargo, los que tienen la fe cristiana, aunque las sienten y experimentan, se ven ayudados por la luz le la fe, gracias a la cual perciben la grandeza del misterio del sufrimiento y soporta los mismos dolores con mayor fortaleza. En efecto: los cristianos no solamente conocen, por las propias palabras de Cristo, el significado y el valor de la enfermedad de cara a su salvación y la del mundo, sino que se saben amados por el mismo Cristo que en su vida tantas veces visitó y curó a los enfermos.

2. Aún cuando la enfermedad se halla estrechamente vinculada a la condición del hombre pecador, no siempre puede considerarse como un castigo impuesto a cada uno por sus propios pecados (cf. Jn 9, 3). El mismo Cristo, que no tuvo pecado, cumpliendo la profecía de Isaías, experimentó toda clase de sufrimientos en su pasión y participó en todos los dolores de los hombres; (cf. Is 53, 4-5); más aún, cuando nosotros padecemos ahora, Cristo padece y sufre en sus miembros configurados con él No obstante, todos esos padecimientos son transitorios y pequeños comparados con el peso de gloria eterna que realizan en nosotros (cf. 2 Co 4, 17).

3. Entra dentro del plan providencial de Dios el que el hombre luche ardientemente contra cualquier enfermedad y busque solícitamente la salud, para que pueda seguir desempeñando sus funciones en la sociedad y en la Iglesia con tal de que esté siempre dispuesto a completar lo que falta a la pasión de Cristo para la salvación del mundo, esperando la liberación y la gloría de los hijos de Dios (cf. Col 1, 24; Rm 8, 19-21).

Es más: en la Iglesia, los enfermos, con su testimonio, deben recordar a los demás el valor de las cosas esenciales y sobrenaturales y manifestar que la vida mortal de los hambres ha de ser redimida por el misterio de la muerte y resurrección de Cristo

4. No basta sólo con que el enfermo luche contra la enfermedad, sino que los médicos y todos los que de algún modo tienen relación con los enfermos, han de hacer, intentar y disponer todo lo que consideren provechoso para aliviar el espíritu y el cuerpo de los que sufren; al comportarse así, cumple con aquella palabra de Cristo que mandaba visitar a los enfermos, queriéndonos indicar que era el hombre completo el que se confiaba a sus visitas para le ayudaran con medios físicos y le confortaran con consuelos espirituales.

II. LOS SACRAMENTOS QUE HAY QUE DAR A LOS ENFERMOS

A) La unción de los enfermos


5. Los Evangelios muestran claramente el cuidado corporal y espiritual con que el Señor atendió a los enfermos y el esmero que puso al ordenar sus discípulos que procedieran de igual manera. Sobre todo, reveló el sacramento de la unción que, instituido por él y proclamado en la carta de Santiago, fue celebrado siempre por la Iglesia en favor de sus miembros con la unción y la oración de los presbíteros, encomendando a los enfermos al Señor doliente y glorioso para que los alivie y los salve, (cf. St 5, 14-16) exhortándolos también para que asociándose libremente a la pasión y muerte de Cristo (cf. Rm 8, 17) [1] colabore al bien del pueblo de Dios. [2]

En efecto, el hombre, al enfermar gravemente, necesita de una gracia de Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se debilite su fe. [3]

Por eso, Cristo robustece a sus fieles enfermos con el sacramento de unción, fortaleciéndolos con una firmísima protección.

La celebración del sacramento consiste primordialmente en lo siguiente: previa la imposición de manos por los presbíteros de la Iglesia, se proclama la oración de la fe y se unge a los enfermos con el óleo santificado por la bendición de Dios: con este rito se significa y se confiere la gracia de sacramento.

[1] Cf. también Col 1, 24; 2 Tm 2, 11-12; 1 P 4, 13.
[2] Cf. Conc. Trid., Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 1: DS 1695: Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 11: AAS 57 (1965) 15.
[3] Cf. Conc. Trid., Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 1: DS 1694.

6. Este sacramento otorga al enfermo la gracia del Espíritu Santo, con lo cual el hombre entero es ayudado en su salud, confortado por la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal modo que pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e, incluso, conseguir la salud si conviene para su salvación espiritual, asimismo, le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la penitencia cristiana. [4]

[4] Cf. Ibid., proemio y cap. 2: DS 1694 y 1696.

7. En la santa unción, que va unida ala oración de la fe, (cf. St 5, 15) se expresa ante todo la fe que hay que suscitar tanto en el que administra como, de manera especial, en el que recibe el sacramento; pues lo que salvará al enfermo es fe y la de la Iglesia, que mira a la muerte y resurrección de Cristo, de donde brota la eficacia del sacramento, (cf. St 5, 15) [5] y entrevé el reino futuro cuya garantía se ofrece en los sacramentos.

[5] Cf. Sto. Tomás, In IV Sententiarum, d. 1, q. 1, a. 4, qc. 3.

a) De aquellos a quienes se ha de dar la unción de los enfermos

8. En la carta de Santiago se declara que la unción debe darse a los enfermos para aliviarlos y salvarlos. [6] Por lo tanto, esta santa unción debe ser conferida con todo cuidado y diligencia a los fieles que, por enfermedad o avanzada edad, vean en grave peligro su vida. [7]

Para juzgar la gravedad de la enfermedad, basta con tener un dictamen prudente y probable de la misma, [8] sin ninguna clase de angustia, y si fuera necesario, consultando la situación con el médico.

[6] Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 2: DS 1696.
[7] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 73.
[8] Cf. PÍO XI, Carta Explorata res, de 2 de febrero de 1923.

9. Este sacramento puede celebrarse de nuevo en el caso de que el enfermo, tras haberlo recibido, llegara a convalecer; puede también repetirse si, en el caso de la misma enfermedad, la situación llegara a ser crítica.

10. Puedo darse la santa unción a un enfermo que va a ser operado, con tal de que una enfermedad grave sea la causa de la intervención quirúrgica.

11. Puede darse la santa unción a los ancianos, cuyas fuerzas se debilitan seriamente, aun cuando no padezcan una enfermedad grave.

12. Ha de darse la santa unción a los niños, a condición de que comprendan significado de este sacramento. En la duda sí han alcanzado el uso de razón, se les debe administrar el sacramento. [8bis]

[8bis] Cf. Códígo de Derecho Canónico, can. 1005.

13. Tanto en la catequesis comunitaria como en la familiar los fieles deben ser instruidos de modo que sean ellos mismos los que soliciten la unción y, llegado el tiempo oportuno de recibirla, puedan aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, de modo que no cedan al riesgo de retrasar indebidamente el sacramento. Explíquese la naturaleza de este sacramento a todos cuantos asisten a los enfermos.

14. Ha de darse la santa unción a aquellos enfermos que, aun habiendo perdido el uso los sentidos y el conocimiento, cuando estaban en posesión de sus facultades lo hayan pedido al menos de manera implícita. [9]

[9] Cf. ibid., can . 1006.

15. El sacerdote que ha sido llamado cabe un enfermo que ya ha muerto, rece por él y pida a Dios que lo absuelva de sus pecados y lo admita misericordiosamente en su reino; pero no le administre la unción. Si dudara de la certeza de la muerte, ha de darle el sacramento con el rito descrito más abajo. [10]

No se dé la unción de los enfermos a quienes persistan obstinadamente en un pecado grave manifiesto.

[10] Cf. Ritual de la unción y de la pastoral de enfermos, núms 229-230, Código de Derecho Canónico, Can. 1005.

b) Del ministro de la unción de los enfermos

16. Sólo el sacerdote es el ministro propio de la unción de los enfermos. [11] Los Obispos, los párrocos y vicarios parroquiales, los capellanes de sanatorios y los superiores de comunidades religiosas clericales, ejercen ordinariamente el oficio de este ministerio. [12]

[11] Cf. Concilio Tridentino. Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 3 y can. 4: DS 1697 y 1719, Código de Derecho Canónico, can. 1003, § 1.
[12] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1003, § 2.

17. A todos ellos pertenece el disponer con una catequesis adecuada a los enfermos y a los que les rodean, mediante la colaboración de religiosos y seglares, y administrar el sacramento a los mismos enfermos.

Corresponde al Obispo diocesano la ordenación de aquellas celebraciones en las que, tal vez, se reúnen muchos enfermos para recibir la santa unción.

18. Por una causa razonable, cualquier otro sacerdote puede administrar este sacramento, con el consentimiento al menos presunto del ministro del que se habla más arriba en el número 16, al que se informará posteriormente de la celebración del sacramento.

19. Cuando dos o más sacerdotes se hallan ante un mismo enfermo, uno puede decir las oraciones y hacer la unción con su fórmula, y los otros pueden distribuirse entre si las otras partes del rito, como los ritos iniciales, la lectura de la palabra de Dios, las invocaciones y moniciones. Todos pueden hacer a la vez la imposición de manos.

c) De las cosas que se necesitan para celebrar la unción

20. La materia apta del sacramento ese aceite de oliva, en caso necesario, otro óleo sacado de las plantas. [13]

[13] Cf. Ordo benedicendi oleum catechumenorum et infirmorun et conficiendi chrisma, Praenotanda, núm. 3, Typis Polyglottis Vaticanis 1970.

21. El óleo que se emplea en la unción de los enfermos debe ser bendecido para este menester por el Obispo o por un presbítero que tenga esta facultad en virtud del derecho o de una especial concesión de la Santa Sede.

Además del Obispo, puede, en virtud del derecho, bendecir el óleo empleado en la unción de los enfermos:
a) los que jurídicamente se equiparan al Obispo diocesano;
b) cualquier sacerdote, en caso de necesidad, pero dentro de la celebración del sacramento. [14]

Y La bendición del óleo de los enfermos se hace normalmente en la misa crismal que celebra el Obispo en el día del Jueves Santo. [15]

[14] Cf. Código de Derecho Canónico , can. 999.
[15] Cf. Ordo benedicendi olum catechumenorum et infirmorum et conficiendi chrisma, Praenotanda, núm. 9, Typis Polyglottis Vaticanis 1970.

22. Cuando, según el número 21, b, un sacerdote haya de bendecir dentro mismo rito el óleo, éste puede ser llevado por el propio presbítero o, también, puede ser preparado por los familiares del enfermo en un recipiente adecuado. Si, celebrado el sacramento, sobrara óleo bendecido, póngase en un algodón y quémese.

Cuando el sacerdote se sirva de un óleo que ha sido bendecido previamente por el Obispo o por otro sacerdote, llévelo en el recipiente en el que habitualmente se guarda. Dicho recipiente debe ser de material apto para conservar el óleo, estar limpio y contener suficiente cantidad de óleo empapado en un algodón para facilitar su uso. En este caso, el presbítero, una vez terminada la unción, vuelve a llevar el recipiente al lugar donde se guarda dignamente. Cuídese de que este óleo esté siempre en buen estado: para ello se renovará convenientemente, bien cada año tras la bendición que hace el Obispo el Jueves Santo, bien con mayor frecuencia si fuera necesario.

23. La unción se confiere ungiendo al enfermo en la frente y en las manos; conviene distribuir la fórmula de modo que la primera parte se diga mientras se unge la frente y al segunda parte mientras se ungen las manos.

Pero, en caso de necesidad, basta con hacer una sola unción en la frente según sea la situación concreta del enfermo, en otra parte conveniente del cuerpo, pronunciando siempre la fórmula íntegra.

24. No hay inconveniente en que, teniendo en cuenta las peculiaridades y adiciones de los pueblos, se aumente el número de unciones o se cambie el lugar de las mismas, lo cual se consignará en los respectivos Rituales particulares.

25. Esta es la fórmula por la que en el rito latino se confiere la unción los enfermos:
«POR ESTA SANTA UNCIÓN Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA, TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, PARA QUE, LIBRE DE TUS PECADOS, TE CONCEDA LA SALVACIÓN Y TE CONFORTE EN TU ENFERMEDAD.»

B) El viático

26. En el tránsito de esta vida, el fiel, robustecido con el viático del Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve protegido por la garantía de la resurrección, según palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe ni sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». (Jn 6, 54)

A ser posible, el viático debe recibirse en la misa de modo que el enfermo pueda comulgar bajo las dos especies, ya que, además, la comunión en forma de viático ha de considerarse como signo peculiar de la participación en el misterio que se celebra en el sacrificio de la misa, a saber, la muerte del Señor y su tránsito al Padre. [16]

[16] Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967, núms. 36, 39 y 41: AAS 59 (1967), pp. 561, 562 y 563.

27. Están obligados a recibir el viático todos los bautizados que pueden comulgar. En efecto. todos los fieles que se hallan en peligro de muerte, sea por la causa que fuere, están sometidos al precepto de la comunión; los pastores vigilarán para que no se difiera la administración de este sacramento y así puedan los fieles robustecerse con su fuerza en plena lucidez. [17]

[17] Ibid., núm . 39: AAS 59 (1967), p. 562.

28. Conviene, además, que el fiel durante la celebración del viático renueve a fe de su bautismo, con el que recibió su condición de Hijo de Dios y se hizo coheredero de la promesa de la vida eterna.

29. Son ministros ordinarios del viático el párroco y los vicarios parroquiales, los capellanes y el superior de la comunidad en los institutos religiosos o sociedades de vida apostólica clericales, respecto a todos os que están en la casa. En caso de necesidad, o con permiso, al menos presupuesto, del ministro competente, cualquier sacerdote o diácono puede administrar el viático; si no hay un ministro sagrado, cualquier fiel debidamente designado.

El diácono debe seguir el orden descrito en el Ritual (nn. 175-200) para el sacerdote; los otros fieles deben adoptar el orden descrito para el ministro extraordinario en el Ritual de la sagrada comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la misa. (nn. 68-78)

C) El rito continuo

30. Con el fin de facilitar ciertos casos particulares en los que, sea por una enfermedad repentina o por otros motivos, el fiel se encuentra como de improviso en peligro de muerte, existe un rito continuo por el cual el enfermo puede recibir la fuerza de los sacramentos de la penitencia, de la unción y de la Eucaristía en forma de viático.

Mas si urge el peligro de muerte y no hay tiempo de administrar los tres sacramentos en el orden que se acaba de indicar, en primer lugar, dese al enfermo la oportunidad de la confesión sacramental que, en caso necesario, podrá hacerse de forma genérica; a continuación se le dará el viático, cuya recepción es obligatoria para todo fiel en peligro de muerte. Finalmente, si hay tiempo, se administrará la santa unción.

Si, por la enfermedad, no pudiese comulgar, se celebrará, la santa unción.

31. Si hubiera, de administrarse al enfermo el sacramento de a confirmación, téngase presente cuanto se indica más abajo en los números 203, 217, 231-233.

En peligro de muerte y siempre que el Obispo no pueda venir, tienen en virtud del derecho facultad para confirmar el párroco, e incluso cualquier presbítero. [18]

[18] Cf. Ordo Confirmationis, Praenotanda, n. 7c.

III. LOS OFICIOS Y MINISTERIOS CERCA DE LOS ENFERMOS

32. En el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, si padece un miembro, padecen con él todos los demás miembros. (1 Cor 12, 26) [19] De ahí que sean muy dignas de alabar la piedad hacia los enfermos y las llamadas obras de caridad y mutuo auxilio para remediar las necesidades humanas; [20] igualmente, todos los esfuerzos científicos para prolongar la vida [21] y toda la atención que cordialmente se presta a los enfermos, sean quienes sean los que así procedan, deben considerarse como una preparación evangélica y, de algún modo, participan en el misterio reconfortador de Cristo. [22]

[19] Cf. 1Co 12, 26; cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre La Iglesia núm. 7.
[20] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares núm. 8.
[21] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre a Iglesia en el mundo actual núm. 8.
[22] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 28.

33. Por eso, conviene sobremanera que todos los bautizados ejerzan este ministerio de Caridad mutua en el Cuerpo de Cristo, tanto en la lucha contra la enfermedad y en el amor a los que sufren como en la celebración de los sacramentos de los enfermos Estos sacramentos, como los demás, revisten un carácter comunitario que, en la medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración.

34. La familia de los enfermos y los que, desde cualquier nivel, los atienden tienen una parte primordial en este ministerio reconfortador. A ellos les corresponde en primer lugar fortalecer a los enfermos con palabras de fe y con oraciones en común, encomendarlos al Señor doliente y glorioso e, incluso, exhortarlos para que, asociándose libremente a la pasión y muerte de Cristo, colaboren al bien del pueblo de Dios. [23] Al hacerse más grave la enfermedad, a ellos corresponde provenir al párroco y preparar al enfermo. Con palabras prudentes y afectuosas para que pueda recibir los sacramentos en el momento oportuno.

[23] Cf. ibid núm. 21.

35. Recuerden los sacerdotes, sobre todo los párrocos y todos los que se mencionan en el número 16, que pertenece a su misión visitar a los enfermos con atención constante y ayudarles con inagotable caridad. [24] Deberán, sobre todo en la administración de los sacramentos, estimular la esperanza de los presentes y fomentar su fe en Cristo paciente y glorificado, de modo que, aportando el piadoso afecto de la Madre Iglesia y el consuelo de la fe, reconforten a los creyentes e inviten a los demás a pensar en las realidades eternas.

[24] Cf. Código de Derecho Canónico, can 529, S 1.

36. Para que pueda percibirse mejor todo lo que se ha dicho de los sacramentos de la unción y del viático y para que la fe pueda alimentarse, robustecerse y expresarse alejar, es de la mayor importancia que tanto los fieles en general como sobre todo los enfermos sean instruidos mediante una catequesis adecuada que les disponga a preparar la celebración y a participar realmente en ella, sobre todo si se hace comunitariamente. Como se sabe, la oración de la fe que acompaña a la celebración del sacramento es robustecida por la profesión de esa misma fe.

37. Al preparar y ordenar la celebración de los sacramentos, el sacerdote se informará del estado del enfermo, de modo que tenga en cuenta su situación, en la disposición del rito, en la elección de lecturas de la Sagrada Escritura y oraciones, en la posibilidad de celebrar la misa para administrar el viático, etc. Si es posible, el sacerdote debe determinar previamente todas estas cosas de acuerdo con el enfermo o con su familia, explicando la significación de los sacramentos.

IV. ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES

38. En virtud deja Constitución sobre la Sagrada Liturgia (art. 63 b), es competencia de las Conferencias Episcopales preparar el Ritual particular correspondiente a este titulo del Ritual Romano, en consonancia con las necesidades de cada país, para que, una vez reconocido por la Santa Sede, pueda utilizarse en la región a que va destinado.

En este campo, pertenece a las Conferencias Episcopales:
a) Determinar las adaptaciones, de las que se habla en el número 39 de la Constitución sobre la sagrada liturgia.
b) Considerar, con objetividad y prudencia, lo que realmente puede aceptarse entre lo propio del espíritu y tradición de cada pueblo; por lo tanto, deberán ser sometidas al juicio y consentimiento de la Santa Sede aquellas otras adaptaciones que se estimen útiles o necesarias.
c) Mantener algunos elementos existentes en los antiguos Rituales particulares de enfermos, siempre que estén en consonancia con la Constitución sobre la sagrada liturgia y las necesidades actuales; de lo contrario, deberán revisarse.
d) Preparar las versiones de los textos de modo que respondan realmente a la idiosincrasia de las diferentes lenguas y al espíritu de las diversas culturas, añadiendo, siempre que parezca oportuno, melodías para ser cantadas.
e) Si fuera necesario, adaptar y completar los praenotanda del Ritual Romano para lograr una participación más consciente y viva de los fieles.
f) En la edición de los libros litúrgicos bajo la responsabilidad de las Conferencias Episcopales, distribuir la materia según el método que parezca más adecuado para su uso pastoral.

39. Cuando el Ritual Romano ofrece varias fórmulas a elección del usuario, los Rituales particulares pueden añadir otras fórmulas parecidas.

V. ADAPTACIONES QUE COMPETEN AL MINISTRO

40. Teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de cada caso, así corno los deseos de los enfermos y de los fieles, el ministro puede usar las diversas facultades que se le ofrecen en la ejecución de los ritos:
a) Primordialmente atenderá a la situación de fatiga de los enfermos ya las variaciones que experimente su estado físico a lo largo del día y de cada momento. Por esta razón, podrá abreviar la celebración.
b) Cuando no haya asistencia de fieles, recuerde el sacerdote que en él y en el enfermo está la Iglesia. Por lo tanto, procure proporcionar al enfermo, antes o después de la celebración del sacramento, el amor y ayuda de la comunidad, bien por si mismo, bien, si el enfermo lo admite, por medio de otro cristiano de la comunidad.
c) Si, después de la unción, el enfermo se repusiera, aconséjele con suavidad que agradezca a Dios el beneficio recibido, por ejemplo, participando en una misa de acción de gracias o de otra manera parecida.

41. Por lo tanto, observe la estructura del rito en la celebración, pero acomodándose a las circunstancias del lugar y de las personas. Hágase el acto penitencial al comienzo del rito o después de la lectura de la Sagrada Escritura, según convenga. En lugar de la acción de gracias sobre el óleo, utilice una monición si le parece mejor. Todo esto habrá de tenerlo muy en cuenta, sobre todo cuando el enfermo se encuentra en un sanatorio y hay otros enfermos en la misma sala que, acaso, no participan de ningún modo en la celebración.

martes, 26 de enero de 2016

Declaración "In celebratione", sobre la concelebración eucarística (7-agosto-1972).

Sagrada Congregación para el Culto divino
Declaración «In celebratione» sobre la concelebración eucarística, 7 de agosto de 1972.


En la celebración de la misa «cada uno de los presentes tiene el derecho y el deber de aportar su participación, en modo diverso, según la diversidad de orden y de oficio ... ; de ese modo, por el mismo orden de la celebración, se hará visible la Iglesia constituida en su diversidad de órdenes y de ministerios». Los presbíteros, a causa del especial sacramento del orden, cumplen con su deber propio en la celebración de la misa cuando, bien individualmente o bien en unión con otros presbíteros, realizan el sacrificio de Cristo por medio del acto sacramental, lo ofrecen y participan del mismo por la comunión.

Es conveniente, pues, que los sacerdotes celebren o concelebren la misa, a fin de participar en ella más plenamente y según su modo característico, y no se limiten a comulgar de la forma que lo hacen los laicos.

Habiéndose presentado muchas peticiones en torno a la recta interpretación de la Ordenación general del Misal Romano , la Sagrada Congregación para el Culto divino declara lo siguiente:

1. Los capitulares y miembros de las comunidades de todo Instituto de perfección, que tienen que celebrar por el bien pastoral de los fieles, pueden también concelebrar en el mismo día la misa conventual o de «comunidad». En las comunidades ha de ser tenida en gran estima la concelebración eucarística. La concelebración fraternal de los presbíteros pone de manifiesto y fortalece los lazos mutuos y de toda la comunidad, porque en esta celebración del sacrificio, en la que todos participan consciente y activamente y en la forma característica de cada uno, aparece más clara la acción de toda la comunidad y se consigue la manifestación principal de la Iglesia en la unidad del sacrificio y del sacerdocio, en una única acción de gracias en torno a un altar.

2. Los que concelebran en la misa principal con motivo de una visita pastoral, o una reunión especial de sacerdotes, por ejemplo, reuniones de pastoral, congresos, peregrinaciones, según el criterio del número 158 de la Ordenación general del Misal Romano, pueden celebrar otra misa para utilidad de los fieles.

3. Sin embargo, deberán observarse las prescripciones siguientes:
a) Los Obispos y los superiores correspondientes deberán preocuparse diligentemente de que la concelebración en las comunidades y en las reuniones de sacerdotes se realice con dignidad y con verdadera piedad. A este fin, y para conseguir más plenamente el bien espiritual, deberá mirarse siempre por la libertad de los concelebrantes y favorecerse la participación interior y exterior mediante un auténtico y completo orden de la celebración, de acuerdo con las normas de la Ordenación general del Misal Romano la ejecución de todas las partes de la misa, según la naturaleza propia de las mismas, la distinción de los cargos y oficios, cuidando la importancia del canto y del sagrado silencio.
b) A los sacerdotes que celebren por el bien pastoral de los fieles y concelebren otra misa, no les está permitido bajo ningún concepto percibir estipendio por la misa concelebrada.
c) Aun cuando la concelebración es una forma excelente de la celebración eucarística que ha de llevarse a cabo en las comunidades, también la misma celebración sin la participación de los fieles «sigue siendo el centro de toda la Iglesia y como el corazón de la existencia sacerdotal».

Por tanto, conviene se respete la libertad que asiste a todo sacerdote de celebrar una misa privada, y para favorecer esta libertad deben prepararse todas aquellas cosas, en cuanto al tiempo, lugar, ayuda del ministro y todo lo concerniente a la celebración, que hagan fácil esta celebración.

El Sumo Pontífice Pablo VI, con fecha 7 de agosto de 1972, consideró válida, confirmó e hizo de derecho público esta Declaración, preparada después de oír los pareceres de las Sagradas Congregaciones a las que concierne este asunto.