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miércoles, 23 de marzo de 2016

Benedicto XVI, El sacerdote ministro de la Palabra, la homilía (2006).

Textos de Benedicto XVI

El sacerdote ministro de la Palabra, la homilía.

Discurso en el encuentro con obispos de Suiza, Sala Bolonia, 7 de noviembre de 2006

(...) Ahora paso a hacer algunas observaciones sobre el “culto divino”. A este respecto, el Año de la Eucaristía ha dado buenos resultados. Puedo decir que la exhortación postsinodal ya va muy adelantada. Seguramente constituirá un gran enriquecimiento. Además, se publicó el documento de la Congregación para el culto divino sobre la correcta celebración de la Eucaristía, algo muy importante. Creo que, por todo ello, cada vez resulta más claro que la liturgia no es una “auto-manifestación” de la comunidad, la cual, como se dice, entra en escena en ella, sino que, por el contrario, es el salir la comunidad de sí misma y acceder al gran banquete de los pobres, entrar en la gran comunidad viva, en la que Dios mismo nos alimenta.

Todos deberían tomar nueva conciencia de este carácter universal de la liturgia. En la Eucaristía recibimos algo que nosotros no podemos hacer; entramos en algo más grande, que se hace nuestro precisamente cuando nos entregamos a él tratando de celebrar la liturgia realmente como liturgia de la Iglesia.

Luego, relacionado con esto, está el famoso problema de la homilía. Desde el punto de vista puramente funcional, puedo entenderlo muy bien: tal vez el párroco está cansado o ya ha predicado muchas veces, o es anciano y sus tareas son superiores a sus fuerzas. Entonces, si hay un asistente para la pastoral que es capaz de interpretar la palabra de Dios de modo convincente, surge espontáneamente la pregunta: ¿por qué no debería hablar el asistente para la pastoral, si lo puede hacer mejor y así la gente sacará mayor provecho?

Pero precisamente esta es la visión puramente funcional. En cambio, hay que tener en cuenta el hecho de que la homilía no es una interrupción de la liturgia para hacer un discurso, sino que pertenece al acontecimiento sacramental, actualizando la palabra de Dios en el presente de esta comunidad. Es el momento en que esta comunidad, como sujeto, quiere verdaderamente verse comprometida en la escucha y la acogida de la Palabra. Esto significa que la homilía misma forma parte del misterio, de la celebración del misterio y, por consiguiente, no se puede separar de él.

Sin embargo, creo que también es importante sobre todo que el sacerdote no se limite al sacramento y a la jurisdicción –la convicción de que todas las demás funciones podrían realizarlas también otras personas–, sino que se conserve la integridad de su ministerio. El sacerdocio sólo es una vocación hermosa cuando se tiene una misión integral que cumplir, de la que no se pueden quitar algunas funciones. Y desde siempre, incluso en el culto del Antiguo Testamento, forma parte de esta misión el deber del sacerdote de unir al sacrificio la Palabra, la cual es parte integrante del conjunto.

Desde el punto de vista meramente práctico, ciertamente debemos tratar de proporcionar a los sacerdotes la ayuda necesaria para que puedan desempeñar de modo correcto también el ministerio de la Palabra. En principio, es muy importante esta unidad interior tanto de la esencia de la celebración eucarística como de la esencia del ministerio sacerdotal.

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