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sábado, 10 de diciembre de 2016

Ceremonial de los Obispos. Segunda parte. La Misa, nn. 119-186.

CEREMONIAL DE LOS OBISPOS
(14-septiembre-1984; ed. española 28-junio-2019)


SEGUNDA PARTE
LA MISA


CAPÍTULO I
LA MISA ESTACIONAL DEL OBISPO DIOCESANO

PRAENOTANDA


119. La manifestación más importante de la Iglesia local acontece cuando el obispo, como gran sacerdote de su grey, celebra la eucaristía, sobre todo en la iglesia-catedral, rodeado de su presbiterio y de los ministros y con la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios.

Esta misa, que llamamos estacional, manifiesta la unidad de la Iglesia local, así como la diversidad de ministerios en torno al obispo y la sagrada eucaristía (1).

Por lo tanto, convóquese a ella al mayor número posible de fieles, concelebren los presbíteros con su obispo, ejerzan su ministerio los diáconos, y los acólitos y lectores cumplan su cometido (2).

(1) Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, n. 41.
(2) Cf. ibid., nn. 26-28.

120. Esta forma de misa se observará, especialmente, los días más solemnes del año litúrgico, cuando el obispo elabora el sagrado crisma y en la misa vespertina en la Cena del Señor (3), en las celebraciones del santo fundador de la Iglesia local o del patrono de la diócesis, en el aniversario del obispo, en las grandes asambleas del pueblo cristiano y también en la visita pastoral.

(3) Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 203-204 a.

121. La misa estacional ha de ser con canto, observando las normas que se dan en la Ordenación general del Misal Romano (4).

(4) Cf. ibid., nn. 32, 38, 39, 115, 352. Si procede, también se tendrá presente Ordo Cantus Missæ. Cf. Missale Romanum, Ordo Cantus Missae, Prænotanda. Cf. también SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción Musicam sacram (5.111.1967), nn. 7, 16, 29-31: AAS 59 (1967), pp. 302, 305, 308-309.

122. Conviene que haya normalmente tres diáconos, que sean verdaderamente tales: uno que sirva al Evangelio y al altar, y dos que asistan al obispo. Si son más, distribúyanse entre ellos las diversas tareas y uno, al menos, se ocupará de la participación activa de los fieles. Si no pueden estar presentes verdaderos diáconos, entonces conviene que sus tareas las desempeñen presbíteros que, revestidos con vestiduras sacerdotales concelebren con el obispo, aun cuando tengan que celebrar otra misa por el bien pastoral de los fieles.

123. En la iglesia-catedral, si asiste el Cabildo, es conveniente que todos los canónigos concelebren la misa estacional con el obispo (5), sin que ello suponga excluir a otros presbíteros.

Otros obispos que pudieran estar presentes y los canónigos no concelebrantes vestirán hábito coral.

(5) Misal Romano, Ordenación general, n. 203.

124. Si, debido a especiales circunstancias, no es posible unir una Hora canónica con la misa estacional del obispo, y el Cabildo esté obligado a coro, este debe celebrar dicha Hora en el momento conveniente (6).

(6) Cf. Liturgia de las Horas, Ordenación general, nn. 31a y 93.

125. Cosas que hay que preparar:

a) En su lugar correspondiente del presbiterio:
• el Misal;
• el Leccionario;
• el libro para los concelebrantes;
• el texto de la oración universal, tanto para el obispo como para el diácono;
• el Cantoral;
• un cáliz con capacidad suficiente, cubierto con un velo;
• (una palia);
• un corporal;
• purificadores;
• lavabo y toalla;
• un acetre con agua para ser bendecida, si se utiliza en el acto penitencial;
• una patena para la comunión de los fieles.

b) En un lugar adecuado:
• pan, vino y agua (y otras ofrendas). 

c) En la sacristía mayor: 
• Evangeliario; 
• incensario y naveta con incienso; 
• cruz que se lleva en la procesión; 
• siete (o al menos dos) ciriales con cirios encendidos.

Y además:
• para el obispo: lavabo y toalla; amito, alba, cíngulo, cruz pectoral, estola, dalmática, casulla (palio, para el metropolitano), solideo, mitra, anillo y báculo;
• para los concelebrantes: amitos, albas, cíngulos, estolas y casullas;
• para los diáconos: amitos, albas, cíngulos, estolas y dalmáticas;
• para los otros ministros: amitos, albas y cíngulos; o bien sobrepellices que vestirán sobre la vestidura talar; u otras vestiduras legítimamente aprobadas. 

Las vestiduras sagradas serán del color de la misa que se celebra, o de color festivo (7).

(7) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 347.

LA ENTRADA Y LA PREPARACIÓN DEL OBISPO

126.
Una vez que ha sido recibido, como se ha indicado antes, n. 79, el obispo, ayudado por los diáconos asistentes y otros ministros, que ya se han revestido con sus vestiduras sagradas antes de que él llegara, se quita la capa o la muceta en la sacristía mayor y, si fuera el caso, el roquete; se lava las manos y se reviste del amito, el alba, el cíngulo, la cruz pectoral, la estola, la dalmática y la casulla.

Después, uno de los diáconos le coloca la mitra. Si se tratara de un arzobispo, el primer diácono le coloca el palio, antes que la mitra.

Mientras tanto, los presbíteros concelebrantes, y otros diáconos que no actúan como ministros del obispo, se revisten con sus vestiduras.

127. Cuando todos están preparados, tras acercarse el acólito turiferario, el obispo pone incienso en el incensario y lo bendice con el signo de la cruz; uno de los diáconos le ofrece la naveta. Después, recibe el báculo que le entrega un ministro. Uno de los diáconos toma el Evangeliario, que, con reverencia, lleva cerrado en la procesión de entrada.

RITOS INICIALES

128.
Mientras tiene lugar el canto de entrada, se realiza la procesión desde la sacristía mayor hasta el presbiterio, del siguiente modo:

- turiferario con el incensario humeante;
- otro acólito que lleva la cruz, con la imagen del crucificado hacia delante, y colocada en medio de siete, o al menos dos, acólitos que llevan ciriales con cirios encendidos;
- los clérigos de dos en dos;
- el diácono que lleva el Evangeliario;
- otros diáconos, si los hubiere, de dos en dos;
- los presbíteros concelebrantes de dos en dos;
- el obispo, que avanza solo, llevando la mitra y sosteniendo el báculo pastoral con la mano izquierda, mientras bendice con la derecha;
- un poco detrás del obispo, dos diáconos que lo asisten;
- finalmente, los ministros del libro, la mitra y el báculo.

Si la procesión pasa ante la capilla del Santísimo Sacramento, no se detiene ni se hace genuflexión (8).

(8) Cf. supra n. 71.

129. Es conveniente que la cruz que ha sido llevada en procesión se coloque junto al altar, de modo que sea la propia cruz del altar; si no es así, se retira; los ciriales se colocan junto al altar, o encima de la credencia, o en un lugar cercano del presbiterio; el Evangeliario se coloca sobre el altar.

130. Al entrar en el presbiterio, todos, de dos en dos, hacen una reverencia profunda al altar, los diáconos y los presbíteros concelebrantes suben al altar y lo besan, luego se dirigen a su lugar.

131. Una vez que el obispo llega ante el altar, entrega el báculo pastoral al ministro y, habiéndose quitado la mitra, hace una reverencia profunda al altar, a una con los diáconos y el resto de los ministros que lo acompañan. Luego sube al altar y lo besa, al mismo tiempo que los diáconos.

Después, una vez que el acólito, si es preciso, ha puesto de nuevo incienso en el incensario, el obispo inciensa el altar y la cruz, acompañado de los dos diáconos (9).

Tras incensar el altar, el obispo, acompañado por los ministros, se dirige a la cátedra por el camino más corto. Dos diáconos, o en su defecto dos presbíteros concelebrantes, se colocan de pie a ambos lados de la cátedra, dispuestos para servir al obispo.

(9) Sobre el modo de incensar el altar, las reliquias y las imágenes que pudieran estar expuestas a la veneración de los fieles, cf. supra nn. 93, 95.

132. Entonces, el obispo, los concelebrantes y los fieles, en pie, se signan con la señal de la cruz, mientras el obispo, vuelto hacia el pueblo, dice:
«En el nombre del Padre...».

A continuación, el obispo, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: «La paz esté con vosotros», o alguna otra fórmula de las que el Misal propone. Seguidamente, el propio obispo o el diácono o uno de los concelebrantes puede introducir a los fieles en la misa del día con unas muy breves palabras (10). Después, el obispo invita al acto penitencial, que concluye diciendo: «Dios todopoderoso...». Si fuera preciso el ministro sostiene el libro ante el obispo.

Cuando se utiliza la tercera fórmula del acto penitencial, el obispo o un diácono u otro ministro idóneo recita las invocaciones.

(10) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 50.

133. El domingo, en lugar del habitual acto penitencial, es deseable que se haga la bendición y la aspersión del agua (11).

Después del saludo, el obispo, de pie en la cátedra, vuelto hacia el pueblo y con el acetre con agua para bendecir, que le presenta un ministro, ante sí invita al pueblo a orar y, tras un breve silencio, pronuncia la oración de bendición. Donde la costumbre popular aconseje que se conserve mezclar sal con el agua que se va a bendecir, el obispo bendice también la sal, y luego la echa en el agua.

El obispo recibe a continuación el hisopo, que le ofrece el diácono, y se asperja a sí mismo, a los concelebrantes, a los ministros, al clero y al pueblo, recorriendo la iglesia, si es conveniente, acompañado por los diáconos. Entonces tiene lugar el canto, mientras dura la aspersión.

De regreso en la cátedra, concluido el canto, el obispo, en pie, con las manos extendidas, dice la oración conclusiva. Después, cuando está prescrito, se canta o se dice el himno Gloria.

(11) Cf. ibid., Apéndice III, Rito de la bendición y aspersión del agua.

134. Después del acto penitencial se dice Señor, ten piedad, salvo que se hubiera hecho la aspersión del agua, o que se hubiera utilizado la tercera fórmula del acto penitencial, o que las rúbricas dispongan otra cosa.

135. El Gloria se dice conforme a las rúbricas. Lo puede iniciar el obispo, o uno de los concelebrantes, o los cantores. Mientras se canta el himno, todos están en pie.

136. Luego, el obispo invita al pueblo a orar, cantando o diciendo con las manos juntas: «Oremos»; y, tras una breve pausa de silencio, con las manos extendidas, dice la colecta, mientras un ministro sostiene el libro ante él. El obispo junta las manos, al concluir la oración, cuando dice: «Por nuestro Señor Jesucristo...», u otras palabras. Al final, el pueblo aclama: «Amén».

Después, el obispo se sienta y, normalmente, recibe la mitra que le da uno de los diáconos. Todos se sientan; los diáconos y demás ministros lo hacen según la disposición del presbiterio, pero de manera que no parezcan tener el mismo rango que los presbíteros.

LITURGIA DE LA PALABRA

137.
Acabada la oración colecta, el lector se dirige al ambón y, estando todos sentados, lee la primera lectura, que todos escuchan. Al final de la lectura se canta o se dice: «Palabra de Dios», a lo que todos responden con la aclamación.

138. Luego se retira el lector. Todos, en silencio, meditan brevemente lo que acaban de escuchar. A continuación, el salmista o el cantor o el propio lector canta o recita el salmo, de alguno de los modos previstos (12).

(12) C. Misal Romano, Ordenación de las lecturas de la misa, Prænotanda, n. 20.

139. Otro lector proclama en el ambón la segunda lectura, tal como se ha dicho antes; todos están sentados y escuchando.

140. Sigue el Aleluya u otro canto, de acuerdo con lo establecido según e tiempo litúrgico. Iniciado el Aleluya, todos, salvo el obispo, se ponen de pie.

El turiferario se acerca al obispo, que pone el incienso de la naveta que le ofrece uno de los diáconos, y lo bendice, sin decir nada.

El diácono que ha de proclamar el Evangelio se inclina profundamente ante el obispo y pide la bendición, diciendo en voz baja: «Padre, dame tu bendición». El obispo lo bendice diciendo: «El Señor esté en tu corazón». El diácono se signa con la señal de la cruz y responde: «Amén».

En este momento, el obispo, tras quitarse la mitra, se levanta.

El diácono se acerca al altar, donde se encuentra con el turiferario con el incensario humeante y los acólitos con los cirios encendidos. El diácono, hecha una inclinación al altar, toma con veneración el Evangeliario y, omitida la reverencia al altar, se dirige al ambón llevando solemnemente el libro, precedido del turiferario y de los acólitos con cirios.

141. En el ambón, el diácono, con las manos juntas, saluda al pueblo. A las palabras «Lectura del santo Evangelio...», signa el libro y luego se signa a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho; lo mismo hacen todos los demás. En este momento, el obispo toma el báculo. El diácono inciensa el libro y proclama el Evangelio mientras todos están en pie y, normalmente, vueltos hacia él. Finalizado el Evangelio, el diácono presenta el libro al obispo para que lo bese, quien dice en voz baja: «Las palabras del Evangelio»; o bien el mismo diácono besa el libro, diciendo en secreto las mismas palabras. Por fin, el diácono y los otros ministros regresan a sus respectivos lugares. El Evangeliario se coloca en la credencia o en otro lugar apropiado.

142. Entonces, todos se sientan; el obispo lleva, convenientemente, mitra y báculo, y, sentado en su cátedra, salvo que haya un lugar más adecuado para que todos puedan verlo y escucharlo con comodidad, hace la homilía. Acabada esta, si procede, pueden guardarse unos momentos de silencio.

143. Terminada la homilía, si en este momento no ha de celebrarse ningún otro rito sacramental o de consagración o de bendición, de acuerdo con el Pontifical o Ritual Romano, el obispo deja la mitra y el báculo, se levanta y, estando todos en pie, se canta o recita el Símbolo, conforme a las las rúbricas.

A las palabras  «Y por obra del Espíritu Santo se encarnó...», todos se inclinan; en Navidad y en la Anunciación del Señor se hace genuflexión; si se usa el Símbolo apostólico, esto se realiza a las palabras «Que fue concebido...» (13).

13. Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 137.

144. Dicho el Símbolo, el obispo, de pie en la cátedra, con las manos juntas, mediante una monición invita a los fieles a la oración universal. Luego, uno de los diáconos -o el cantor o el lector u otro-, desde el ambón o desde otro lugar adecuado, propone las intenciones; el pueblo, a su vez, participa en la plegaria. Por último, el obispo, con las manos extendidas, concluye la plegaria con la oración.

LITURGIA EUCARÍSTICA

145.
Concluida la oración universal, el obispo se sienta y recibe la mitra; de igual modo, se sientan los concelebrantes y los fieles. Tiene lugar, entonces, el canto del ofertorio, que se ha de prolongar, al menos, hasta el momento en el que hayan sido depositadas las ofrendas sobre el altar.

Los diáconos y los acólitos colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el Misal.

Luego, se presentan las ofrendas. Es conveniente que los fieles manifiesten su participación presentando el pan y el vino para la celebración eucarística y además otras ofrendas para ayuda de las necesidades de la Iglesia y de los pobres. El obispo o los diáconos reciben las ofrendas de los fieles en el lugar adecuado. Los diáconos colocan el pan y el vino sobre el altar, y el resto de las ofrendas en un lugar conveniente, ya dispuesto con anterioridad.

146. El obispo accede al altar, se quita la mitra, recibe del diácono la patena con el pan y la sostiene con ambas manos, ligeramente elevada sobre el altar, mientras dice en voz baja la fórmula establecida. Luego, deposita sobre el corporal la patena con el pan.

147. Entre tanto, el diácono vierte vino y un poco de agua en el cáliz, mientras dice en voz baja: «El agua unida al vino» (14). Luego presenta el cáliz al obispo que, sosteniéndolo con ambas manos, ligeramente elevado sobre el altar, dice en voz baja la fórmula establecida y después lo coloca encima del corporal: entonces, el diácono lo cubre con la palia, si es oportuno.

(14) La preparación del cáliz o la acción de verter el vino y el agua puede realizarla el diácono en la credencia. Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 178.

148. Luego, el obispo, inclinado en el centro del altar, dice en secreto: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito».

149. A continuación, el turiferario se aproxima al obispo y, al acercarle el diácono la naveta, el obispo pone incienso y lo bendice; luego, el propio obispo recibe el incensario del diácono e inciensa las ofrendas (15), el altar y la cruz, como al comienzo de la misa, acompañado por el diacono, Realizado esto, todos se levantan, el diácono, en pie a un lado del altar, inciensa al obispo que permanece en pie y sin mitra, después a los concelebrantes y luego al pueblo. Cuídese que la exhortación: «Orad, hermanos...», y la oración sobre las ofrendas no se digan antes de que se haya concluido la incensación.

15. Sobre el modo de incensar las ofrendas, cf. supra nn. 91-93.

150. Tras la incensación al obispo, los ministros con el lavabo y la toalla se acercan a él, que está en pie a un lado del altar y sin mitra, para que se lave y seque las manos. El obispo se lava las manos y se las seca. Si es conveniente, uno de los diáconos retira el anillo del dedo del obispo, que se lava las manos mientras dice en secreto: «Lava del todo». Secas las manos, y puesto de nuevo el anillo, el obispo vuelve al centro del altar.

151. El obispo, vuelto hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, invita al pueblo a orar diciendo: «Orad, hermanos...».

152. Tras la respuesta: «El Señor reciba de tus manos...», el obispo, con las manos extendidas, canta o dice la oración sobre las ofrendas. Al final, el pueblo aclama: «Amén».

153. Después, el diácono recoge el solideo del obispo y lo entrega al ministro. Los concelebrantes se acercan al altar y se sitúan en torno a él, de tal modo que no sean obstáculo para la realización de los ritos, y los fieles puedan ver bien la acción sagrada.

Los diáconos están en pie, detrás de los concelebrantes, para que uno de ellos, cuando sea necesario, se ocupe del cáliz o del Misal. Sin embargo, ninguno permanezca entre el obispo y los concelebrantes, ni entre los concelebrantes y el altar.

154. Entonces, el obispo inicia la plegaria eucarística con el prefacio. Extendiendo las manos, canta o dice: «El Señor esté con vosotros». Luego, elevando las manos, continúa: «Levantemos el corazón»; y después, con las manos extendidas, añade: «Demos gracias al Señor, nuestro Dios». Una vez que el pueblo ha respondido: «Es justo y necesario», el obispo continúa con el prefacio; acabado este, junta las manos y, a una con los concelebrantes, los ministros y el pueblo, canta el Santo.

155. El obispo prosigue la plegaria eucarística, según los nn. 219-236 de la Ordenación general del Misal Romano y las rúbricas que aparecen en cada una de las plegarias. Las partes de la plegaria eucarística que han de recitar todos los concelebrantes de forma conjunta, con las manos extendidas, se harán de modo que la voz del obispo se escuche con claridad, mientras el resto de los concelebrantes las dicen en voz baja. En las plegarias eucarísticas I, II y III el obispo, tras las palabras: «Con nuestro santo padre el papa N.», añade: «... y conmigo, indigno siervo tuyo»; si se trata de la plegaria eucarística IV, tras las palabras: «De tu servidor el papa N.», añade: ... y de mí, indigno siervo tuyo».

Si el cáliz y la píxide estuvieran cubiertos, el diácono los descubre antes de la epíclesis.

Uno de los diáconos coloca incienso en el incensario e inciensa tanto la hostia como el cáliz en la elevación.

Los diáconos permanecen de rodillas desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz.

Tras la consagración, si es oportuno, el diácono cubrirá otra vez el cáliz y la píxide. Cuando el obispo dice: «Este es el misterio de la fe», el pueblo responde con la aclamación.

156. Las intercesiones particulares, sobre todo en la celebración de algún rito sacramental o de un rito de consagración o de bendición, se realizarán de acuerdo a la estructura propia de cada una de las plegarias eucarísticas, respetando los textos propuestos en el Misal o en los otros libros litúrgicos.

16. Son intercesiones particulares en el Misal Romano:
1. En la plegaria eucarística I:
a) En el «Memento de los vivos»: por los padrinos, en los escrutinios (MR, Misas rituales I) y al conferir el bautismo (MR, Misas rituales I)
b) Hanc igitur: por quienes van a recibir el bautismo (MR, Misas rituales I), por los neófitos (MR, Misas rituales I), por los confirmados (MR, Misas rituales I); por los obispos, sacerdotes y diáconos ordenados (MR, Misas rituales IV); por los esposos (MR, Misas rituales V); por el abad y la abadesa que acaban de recibir la bendición (MR, Misas rituales VI); por las virgenes consagradas (MR, Misas rituales VII); por los religiosos profesos (MR, Misas rituales VIII); en la dedicación de una iglesia (MR, Misas rituales X).
2. En el resto de las plegarias eucarísticas: por los difuntos, en las plegarias II y III (OM); por los padrinos, en los escrutinios (MR, Misas rituales i); por los neófitos (MR, Misas rituales I); por los confirmados (MR, Misas rituales I); por los obispos, sacerdotes y diáconos ordenados (MR, Misas rituales IV); por los esposos (MR, Misas rituales V); por el abad y la abadesa que acaban de recibir la bendición (MR, Misas rituales VI); por las vírgenes consagradas (MR, Misas rituales VII); por los religiosos profesos (MR, Misas rituales VIII); en la dedicación de una iglesia (MR, Misas rituales X).

157. En la misa crismal, antes de que el obispo diga: «Por quien sigues creando» en la plegaria eucarística I, o la doxología: «Por Cristo, con Él y en Él» en las otras plegarias eucarísticas, se hace la bendición del óleo de los enfermos, como se indica en el Pontifical Romano, salvo que por razones pastorales se haga después de la liturgia de la Palabra.

158. Para la doxología final de la plegaria eucarística, el diácono, estando en pie junto al obispo, mantiene elevado el cáliz mientras el obispo eleva la patena con la hostia, hasta que el pueblo aclame «Amén». La doxología final de la plegaria eucarística puede decirla o el obispo solo o todos los concelebrantes con el obispo.

159. Concluida la doxología de la plegaria eucarística, el obispo, con las manos juntas, dice la monición previa a la oración dominical, que a continuación todos cantan o recitan; el obispo y los concelebrantes tienen las manos extendidas.

160. El obispo solo, con las manos extendidas, dice: «Líbranos de todos los males...». Los presbíteros concelebrantes, junto con el pueblo, dicen la aclamación final: «Tuyo es el reino....».

161. Luego, el obispo dice la oración: «Señor Jesucristo, que dijiste...», y una vez finalizada, anuncia la paz, diciendo vuelto hacia al pueblo: «La paz del Señor esté siempre con vosotros». El pueblo responde: «Y con tu espíritu». Según la oportunidad, uno de los diáconos hace la invitación a la paz, diciendo vuelto hacia el pueblo: «Daos fraternalmente la paz». El obispo dará la paz, al menos, a los dos concelebrantes más cercanos y luego al primero de los diáconos. Todos, según la costumbre del lugar, intercambian un signo de paz y de caridad (17).

(17) Sobre el modo de dar el beso de la paz, cf. supra nn. 99-103.

162. El obispo inicia la fracción del pan, y continúan algunos de los presbíteros concelebrantes, mientras se repite «Cordero de Dios», cuantas veces sea preciso para acompañar la fracción del pan. El obispo de
caer una partícula en el cáliz, diciendo en secreto: «El Cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo...».

163. Después de decir en secreto la oración antes de la comunión, obispo hace la genuflexión y toma la patena. Entonces, los concelebrantes, uno tras otro, se acercan al obispo, hacen una genuflexión y reciben con respeto el Cuerpo de Cristo; teniéndolo en la mano derecha mientras colocan la izquierda bajo ella, regresan a su lugar. También pueden, los concelebrantes, permanecer en su sitio y recibir allí el Cuerpo de Cristo.

Luego, el obispo toma la hostia y, manteniéndola ligeramente elevada sobre la patena, vuelto al pueblo, dice: «Este es el Cordero de Dios...», y prosigue, con los concelebrantes y el pueblo, diciendo: «Señor, no soy digno...».

Mientras el obispo sume el Cuerpo de Cristo, se inicia el canto de comunión.

164. Cuando el obispo ha sumido la Sangre de Cristo, entrega el cáliz a uno de los diáconos y distribuye la comunión a los diáconos y también a los fieles.

Los concelebrantes se acercan al altar y sumen la Sangre; los diáconos ayudan y purifican el cáliz, después de la comunión de cada uno de los concelebrantes (18).

(18) Cf. Misal Romano, Ordenación general, nn. 246-249, donde se describen otras formas de distribuir la comunión bajo las dos especies.

165. Finalizada la distribución de la comunión, uno de los diáconos sume la Sangre que pudiera haber quedado y lleva el cáliz a la credencia donde lo purifica y lo ordena, en este momento o una vez concluida la misa. Otro diácono o uno de los concelebrantes lleva al sagrario las hostias consagradas que pudieran haber sobrado y purifica en la credencia la patena o la píxide sobre el cáliz, antes de purificarlo a su vez.

166. Después de la comunión, cuando el obispo ha regresado a la cátedra, toma de nuevo el solideo y, si fuera preciso, se lava las manos. Estando todos sentados, se pueden tener unos momentos de silencio sagrado o entonar un canto de alabanza o un salmo.

167. Luego, el obispo, de pie en la cátedra, mientras un ministro le sostiene el libro, o regresando al altar con los diáconos, canta o dice: «Oremos» y, con las manos extendidas, continúa con la oración después de la comunión; antes de iniciarla pueden guardarse unos momentos de silencio, si esto no se ha hecho ya inmediatamente después de la comunión. Al final de la oración, el pueblo aclama: «Amén».

RITO DE CONCLUSIÓN

168.
Concluida la oración después de la comunión, se hacen, si los hubiere, breves anuncios al pueblo.

169. Finalmente, el obispo toma la mitra y, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: «El Señor esté con vosotros», a lo que el pueblo responde: «Y con tu espíritu». Uno de los diáconos puede hacer la siguiente invitación: «Inclinaos para recibir la bendición» u otra expresión similar. El obispo imparte la bendición solemne usando una fórmula adecuada, de entre las que se encuentran en el Misal, en el Pontifical o en el Ritual Romano. Mientras dice las invocaciones previas o la oración, mantiene las manos extendidas sobre el pueblo, a lo que todos responden: «Amén». Después toma el báculo (19) y dice: «Y la bendición de Dios Todopoderoso...» y, haciendo tres veces la señal de la cruz sobre el pueblo, añade: «... Padre, Hijo y Espíritu Santo».

El obispo también puede impartir la bendición con las fórmulas propuestas más adelante, en los nn. 1120-1121.

Cuando, según las normas del derecho, imparte la bendición apostólica, esta sustituye a la bendición habitual; el diácono lo anuncia y la bendición se hace con su propio formulario (20).

(19) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción para simplificar los ritos y las insignias pontificales, Pontificales ritus (21.VI.1968), n. 36: AAS 60 (1968), p. 411.
(20) En lo referente al rito y las fórmulas de la bendición apostólica, cf. infra nn. 1122-1126.

170. Tras dar la bendición, uno de los diáconos despide al pueblo, diciendo: «Podéis ir en paz»; y todos responden: «Demos gracias a Dios». Después, el obispo besa el altar de la forma acostumbrada y le hace la debida reverencia. También los concelebrantes y cuantos se encuentran en el presbiterio saludan al altar, como al inicio, y vuelven procesionalmente a la sacristía mayor en el mismo orden en que entraron.

Llegados a la sacristía mayor, todos, junto con el obispo, hacen una reverencia a la cruz. Luego, los concelebrantes saludan al obispo y se quitan las vestiduras con cuidado, en el lugar que tienen asignado. También los ministros, todos a la vez, saludan al obispo y recogen todo aquello que se ha utilizado en la celebración; después, se quitan las vestiduras. Tengan todos exquisito cuidado en respetar el silencio, manteniendo el común recogimiento y la santidad de la casa de Dios.

CAPÍTULO II
OTRAS MISAS CELEBRADAS POR EL OBISPO

171. Cuando el obispo celebra la misa con menor concurrencia de fieles y clero, todo debe ordenarse también de tal modo que él aparezca como gran sacerdote de su grey, que actúa en favor de toda su Iglesia. Así, es conveniente que cuando visita las parroquias o las comunidades de su diócesis, concelebren con él los presbíteros de la parroquia o de la comunidad.

172. Lo asiste un diácono, revestido de sus ornamentos propios; en ausencia de este, un presbítero lee el Evangelio y ayuda en el altar; si no concelebra, viste alba y estola.

173. Obsérvese todo lo que se dispone en la Ordenación general del Misal Romano referido a la misa con pueblo (21).

Además, el obispo, mientras se pone los ornamentos, también se coloca la cruz pectoral y, como de costumbre, el solideo.

Si las circunstancias lo aconsejan, utiliza mitra y báculo.

Al comienzo de la misa saluda al pueblo diciendo: «La paz esté con vosotros» o «La gracia de nuestro Señor Jesucristo...».

Quien va a proclamar el Evangelio, sea un diácono, sea un presbítero, incluso si concelebra, pide y recibe del obispo la bendición. Leído el Evangelio, se lleva el libro al obispo para que lo bese, o lo besa el mismo diácono o presbítero.

Antes del prefacio, el diácono entrega al ministro el solideo del obispo.

En las plegarias eucarísticas I, II y III, el obispo, tras las palabras: «Con nuestro santo padre el papa N.», añade: «... y conmigo, indigno siervo tuyo»; si se trata de la plegaria eucarística IV, tras las palabras: «De tu servidor el papa N.», añade: «... y de mí, indigno siervo tuyo».

Al final de la misa, el obispo bendice, como se expone más abajo, en los nn. 1120-1121.

(21) Cf. Misal Romano, Ordenación general, n. 115-198.

174. El obispo que no es el ordinario del lugar, en las celebraciones, puede utilizar la cátedra y el báculo, con el consentimiento del obispo diocesano (cf. supra n. 47 y n. 59).

CAPÍTULO III
LA MISA PRESIDIDA POR EL OBISPO SIN QUE CELEBRE LA EUCARISTÍA

175. Dado que según la doctrina y la tradición de la Iglesia corresponde al obispo presidir la eucaristía en sus comunidades, resulta muy apropiado que, cuando participa en la misa, sea también él quien celebre la eucaristía.

Pero si, por causa justa, el obispo participa en la misa sin celebrarla, conviene, salvo que vaya a celebrar otro obispo, que presida él mismo la celebración, al menos presidiendo la liturgia de la Palabra y bendiciendo al pueblo al final (22). Y esto vale, sobre todo, para aquellas celebraciones eucarísticas en las que haya de realizarse algún rito sacramental o de consagración o de bendición.

En estos casos, por lo tanto, obsérvese lo que más adelante se dispone.

(22) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción para simplificar los ritos y las insignias pontificales, Pontificales ritus (21.VI.1968), n. 24: AAS 60 (1968), p. 410.

176. El obispo, recibido como se ha descrito antes, en el n. 79, en la sacristía mayor o en otro lugar adecuado, se pone sobre el alba la cruz pectoral, la estola y la capa pluvial del color apropiado, y, como de costumbre, recibe la mitra y el báculo. Lo asisten dos diáconos, o al menos uno, revestidos con los ornamentos litúrgicos propios. En ausencia de diáconos, asisten al obispo presbíteros revestidos con capa pluvial.

177. En la procesión hacia el altar, el obispo avanza después del celebrante o los concelebrantes, acompañado de sus diáconos y ministros.

178. Tras llegar al altar, el celebrante o los concelebrantes hacen una reverencia profunda; en el caso de que el Santísimo Sacramento se encuentre reservado en el presbiterio, hacen genuflexión; luego, suben al altar, lo besan y se dirigen al lugar que tengan asignado.

El obispo, entregado el báculo pastoral al ministro y, dejada la mitra, hace junto con los diáconos y ministros una reverencia profunda al altar, a no ser que, como se ha dicho, deba hacerse genuflexión. Después se acerca al altar y lo besa.

Si se utiliza incienso, el obispo inciensa el altar y la cruz del modo acostumbrado, acompañado por los dos diáconos.

Luego, y por el camino más corto, se dirige a la cátedra con sus diáconos, que permanecen de pie junto a la cátedra, uno a cada lado, dispuestos a asistir al obispo.

179. Desde el comienzo de la misa hasta la conclusión de la liturgia de la Palabra, ha de observarse cuanto se dispone acerca de la misa estacional del obispo (cf. supra nn. 128-144); pero, si ha de celebrarse algún rito sacramental o de consagración o de bendición, ténganse presentes las normas particulares referentes al Símbolo y a la oración universal.

180. Concluida la oración universal, o el rito sacramental o de consagración o de bendición, el obispo se sienta y recibe la mitra. Entonces, el diácono y los ministros preparan el altar de la manera acostumbrada. Si los fieles presentan las ofrendas, pueden recogerlas tanto el celebrante de la misa como el obispo. Después, el celebrante, tras hacer una reverencia profunda al obispo, se acerca al altar e inicia la liturgia eucarística siguiendo el Ordinario de la misa.

181. Si hay incensación, el obispo es incensado después del celebrante. Una vez que ha dejado la mitra, se pone en pie para ser incensado; si no la hubiere, se pone en pie después del «Orad, hermanos»; y así permanecerá en la cátedra hasta la epíclesis de la plegaria eucarística.

182. Desde la epíclesis hasta que finaliza la elevación del cáliz, el obispo permanece de rodillas vuelto hacia el altar, en un reclinatorio dispuesto para él, o ante la cátedra o en otro lugar adecuado. Luego, de nuevo en la cátedra, permanece de pie.

183. Tras la invitación del diácono: «Daos fraternalmente la paz», el obispo da la paz a sus diáconos.

El obispo, si comulga, sume el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el altar, después del celebrante.

184. Mientras se reparte la comunión a los fieles, el obispo puede sentarse hasta el comienzo de la oración después de la comunión, que él pronuncia de pie, en el altar o en la sede. Concluida la oración, el obispo bendice al pueblo, como se indica más adelante, nn. 1120-1121. Uno de los diáconos asistentes despide al pueblo (cf. supra n. 170).

185. Solo el obispo y el celebrante veneran el altar con el beso, como de costumbre. Finalmente, hecha la debida reverencia, todos se retiran en el mismo orden en el que vinieron.

186. Si el obispo no preside de la forma que acaba de indicarse, pero participa en la misa, lo hace revestido de muceta y roquete, pero no en la cátedra sino en un lugar adecuado, preparado para él.

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